Hacía poco que había salido de casa cuando una señora que iba en dirección contraria a la mía se ha detenido. Ha hecho una pequeña sonrisa, mirándome, y me ha dicho: «Perdone, pero a usted lo conozco». Se ha hecho un pequeño silencio, un poco incómodo para mí. He pensado que quizá me había visto en la televisión, aunque yo no salga mucho. Hasta que, de repente, se le aparece la revelación: «Usted es del barrio, ¿verdad?». Le digo que sí, que vivo a cuatro pasos de donde nos hemos encontrado. Se queda muy contenta. Ella llevaba un zurrón muy apretado de cosas, quizá demasiado pesados?para una mujer que podría definirse como viejecita.

Me he ofrecido para ayudarla, porque debía vivir cerca de donde estábamos y yo no tenía prisa. Como si no me hubiera escuchado me ha repetido, satisfecha: «Sí, sí, estaba segura que era del barrio». Cuando nos hemos separado me he quedado pensando en barrio, derrotado administrativamente por distrito. El distrito es burocrático, el barrio es vital. En otros tiempos nació la aceptación de barrio como designación de un grupo de casas diferenciado del núcleo de un pueblo. Tenía una identidad propia, y una tendencia humana a domesticar los hechos trascendentes hizo que se anunciara una muerte con la expresión se ha ido al otro barrio.

Más que un espacio con perfil propio, el barrio se ha identificado, a menudo, por una actividad: el barrio de los negocios, el residencial, Me gusta pasear, de vez en cuando, por mi pequeño rincón del barrio, donde los cafés y las tiendas dicen, cuando paso, que la vida aún quiere saludarme. H *Escritor