Qué difícil es soñar en tiempo de elecciones! Las encuestas y otros artificios, dificultan que soñemos; pero si no hay sueños no hay política ni podría haber vida. Los sueños son parte de ella y por eso preocupa pensar que a fuerza de extremar el realismo, iremos descendiendo hasta de las alturas más modestas y resignándonos a la prosaica identidad que otros se empeñan en ofrecernos, una identidad homogeneizante y masiva que sería el final: no ser uno para ser como otros y acabar no siendo ilusionadamente, ninguno.

Esos que apelan en días como los actuales, al realismo, "a tener los pies en la tierra", bastante desgracia tienen aunque nosotros también la padezcamos. Nada consiguen que merezca la pena porque nada se proponen que la merezca. Nunca serán acusados del delito de soñar ni de haber incurrido siquiera, en la tentativa de cometerlo.

Como en los versos de Foxá, esa clase de gente "entre el debe y el haber no ven las hojas que mayo exalta de ardorosos nidos y la hermosura del rocío ignoran". A esos realistas de la política, les atrae más el poder público que el privado para el que se exigen mayores requisitos; no aspiran a nada que les trascienda y lo que más les apetece es estar, simplemente estar, porque comprenden pronto lo difícil que es una empresa política, pero sonríen siempre para disimular que ni siquiera saben adónde nos llevan y para que los demás confiemos en que cuentan con soluciones para todos los problemas. ¿Seremos tontos los supuestos destinatarios de esos mensajes?

A los que llegaron a la vida política hace poco, ya se les notan diferencias; el "decir" de ayer no es el "hacer" de hoy, porque "a partir del día siguiente", fueron evolucionando y volviéndose prácticos. Basta leer la prensa: ahora hablan de otra manera. Pero verdaderamente, sólo somos y valemos algo, cuando mantenemos un sueño, un proyecto de vida al que procuremos guardar fidelidad. Mientras seamos capaces de soñar podremos decir que vivimos; eso también, procurando que los sueños como recomendaba Kipling, no nos hagan sus esclavos pero osando dar en provecho ajeno, "cuatro pasos por las nubes".

Cuando nos comportamos cómo nudamente realistas, dejamos de ser lo más importante: personas descontentas con un mundo que querrían transformar más que aprovechar y dispuestas a aceptar que las llamen utópicas por intentar algo que no sea la mera conformidad; mientras alberguemos o construyamos sueños, seremos un poco más de lo poco que somos, ¡nada menos!.

Tales realistas puede que vivan pero no sienten ni alcanzan una talla apreciable como seres humanos porque abdican de lo mejor que nos habita y se subordinan al fuero de lo que "puede ser". Los realistas repito, no se exigen esfuerzos que sobrepasen lo indispensable para seguir flotando ni se desazonan por trascendencia alguna. Les basta si acaso, con "globalizarse", algo que consideran muy puesto en razón y que es absolutamente distinto de ser universal.

Esos realistas a los que me refiero parecen tener el alma seca o al menos muy similar a la que pudiera predicarse de un boletín oficial, pongo por caso. Nunca cometerían el desliz de emocionarse con una puesta de sol. El soñador no es necesariamente un loco. Sueña pero intuye lúcidamente, que cuando no se puede segar hay que saber espigar. El mundo debe mucho a los que no se han dejado desalentar por el realismo; les debe lo mejor del progreso, sobre todo si es un progreso moral, además de material.

Bien mirado, nada sería más electoralista que un buen sueño colectivo. Por ejemplo, el sueño de que se respetaran los recursos naturales de todas las tierras sin desequipar a las demográficamente más ralas en provecho de otras porque cuenten con censos electorales más voluminosos. Me temo que semejante sueño no será un buen cartel electoral; en el conjunto de España porque lo impediría el interés de unos y la indiferencia de los más y aquí, en Aragón, porque vamos tres por cuatro calles y porque abundan los infieles al sentimiento y al porvenir de esta comunidad que permutan gustosamente (hoy unos y mañana otros), por el bíblico plato de lentejas. ¿Cómo podrá algún aragonés, compartir la simpleza de ese desfalleciente líder que viene de Madrid a decirnos que si el Ebro no nace en Aragón, sus trasvases no nos perjudican? ¡Lástima que no se fuera antes!

Y sin embargo, necesitamos seguir soñando porque sin sueños, tampoco habrá mañana, realidad alguna. Es nuestro drama: somos pocos y encima, no queremos ir juntos. "Amanecerá Dios y medraremos".