De los monstruos creados por la televisión para solaz de los espectadores bárbaros que aún conservan el atavismo de reírse del tonto del pueblo y apedrearle en ocasiones, Tamara es probablemente el más desventurado. Lo fue antes de su éxito apócrifo, lo fue mientras la explotaron con el espejismo, y lo es ahora en este ocaso para ella inasumible. No muy dotada de luces ciertamente, rehén de una madre absurda, desangelada, poco atractiva y de todo punto negada para el canto, se ha intentado suicidar, o ha intentado que así lo creyéramos, porque los que le concedieron un lugar en el mundo, y le rieron las tristes gracias, y le proporcionaron algún sentido a su vida, se han aburrido de ella.

Juguete roto de la televisión como tantos, nadie quería ya esta muñeca descascarillada, cuyas últimas ocurrencias para llamar la atención empezaban a dar miedo a los doctores Frankenstein que la crearon.

La Tamara que se arrastraba en los últimos tiempos intentando recuperar desesperadamente la popularidad perdida, que exhibía su desquiciamiento en los ´reality-shows´ y las vendas y los drenajes de su cuerpo roto por las televisiones, forzó que la indiferencia que ya suscitaba se trocara en incomodidad, y esa persecución a la que ella, en su simplicidad, se refiere.

Pero aquellos grandes profesionales que la empujaron al abismo, que la despojaron hasta del último adarme de sentido común, siguen forrándose con la manufactura y explotación de nuevos monstruos.

*Periodista y escritor