En la primera mitad del siglo XIII, sobre el Oriente Medio musulmán cayeron como una maldición los ejércitos mongoles. Las ciudades que no se rendían de inmediato eran arrasadas y ante sus violadas puertas las imparables hordas alzaban montañas de cabezas cortadas. El terror se extendió por el Islam. Fue entonces cuando los invasores chocaron con la secta ismailí fundada en las tierras de Irán por el gran maestre Hasán Al Sabbah. Sus seguidores, organizados mediante vínculos secretos y llevados por un furioso fanatismo religioso, habían ocupado lugares inaccesibles. Desde allí, Hasán, conocido como El Viejo de la Montaña , puso en marcha una implacable red terrorista. Sultanes y visires de los estados de la zona caían bajo el puñal de sus adeptos. Los asesinos ofrecían su propia vida con tal de lograr el objetivo que tenían marcado.

En el año 1253 del calendario cristiano, Hulegu, nieto de Gengis Khan, dirigió un ejercito mongol contra las fortalezas ismailitas . Nadie sobrevivió tras su paso, ni los asesinos ni las pobres gentes que vivían en las regiones situadas al sur del Mar Caspio. En 1257 cayó Alamut, la plaza fuerte del propio Hasán. Fue un combate (no el último como hemos visto) entre distintas modalidades de terrorismo. Después vino la Pax Mongólica , paz de cementerio.

La existencia de terrorismos a distintos niveles es vieja como la Historia. En sucesivas e innumerables ocasiones se ha visto ejercer el terror mediante poderosos ejércitos organizados por los imperios; o mediante organizaciones secretas llevadas por la furia del fanatismo ideológico o religioso. Todo tiene una explicación, claro. Los gengiskánidas ejecutaban en masa a quienes se les resistían con un objetivo razonable : disuadir a sus futuros adversarios. El genocidio inicial servía de advertencia y permitía ahorrar vidas en nuevas campañas. Con esa misma idea, el presidente Truman lanzó las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Destruyó dos ciudades y decenas de miles de vidas para precipitar el fin de la guerra y evitar más derramamiento de sangre.

La guerra es la prolongación de la política por otros medios y el terrorismo está en la misma esencia de la guerra. ¿Quiénes eran mas terroristas, los ejércitos mongoles o los asesinos del Viejo de la Montaña ? O dicho de otro modo: ¿Qué diferencia hay entre matar inocentes mediante bombas guiadas por laser y matarlos mediante coches-bomba?

La percepción de los fenómenos terroristas depende en todo caso del contexto político y de las nuevas realidades tecnológicas. En los años Veinte del siglo pasado, hombres de Estado como Churchill no veían mal el uso de las nuevas armas químicas contra los pueblos colonizables que se resistían. Los británicos dispararon proyectiles con Iperita contra las poblaciones iraquíes en la guerra de 1920-21. Una par de años después el Ejército español usó la misma táctica en el Rif, y los fascistas italianos hicieron lo propio en Etiopía cuando invadieron aquel país en 1935. ¿Acaso no era el mejor modo de doblegar a los salvajes y conducirlos por la senda de la civilización?

El invento de los explosivos de alta potencia impulsó el otro terrorismo, el de los asesinos que invocan la Patria, Dios o la Revolución. También la percepción de que un terrorista cuya causa obtuviera el éxito político se convertía en un héroe. En el Próximo Oriente no han sido los activistas palestinos o los fundamentalistas musulmanes los inventores de las masacres indiscriminadas en áreas civiles; fueron los sionistas radicales. Pero la ONU les concedió lo que pedían, el estado de Israel, y Menahen Begin, miembro prominente de la organización criminal Irgun fue el perfecto ejemplo de terrorista devenido en primer ministro. De las bombas caseras a los misiles guiados. ¿Quién dijo que el terror no gana?

La guerra de Irak (Bush intentó imitar al mongol Hulegu) es hoy un caso meridiano de relación entre distintos niveles de terror mediante el sistema de acción-reacción que tanto gusta a quienes ordenan matar. Para Al Qaeda y su difusa pero extensa trama ha sido una bendición. En esa maraña de mentiras, ambiciones y sangre inocente se condensa la insensatez de los terrorismos: el del Imperio y el de los fanáticos.

Algunos aún esperamos que llegados al punto actual la humanidad sea capaz de poner fin a esta vieja y terrible espiral de miedo y muerte. Deberíamos luchar por conseguirlo. Ojalá.

(Nota: Mañana, martes a las doce del mediodía tendrá lugar en el Aula Magna de la Facultad de Letras una mesa redonda sobre el tema El terror en la Historia ).