Uno de los cuentos de El piloto ciego, de Papini, está protagonizado por un reloj: El reloj detenido a las siete.

Parado desde hace años, con las manecillas detenidas a las siete, sólo parece sonar cuando todos los demás relojes de la casa o de la ciudad lo hacen a esa hora, con sus campanadas o cucos. Pero ese reloj, a diferencia de todos los otros, no continuará dando los segundos, los minutos, las horas, porque está muerto. Como el reloj, como el tiempo de Pedro Sánchez, que parece detenido, con las agujas paradas.

A veces, coincidiendo con el debate de presupuestos, cuando los relojes de todos los grupos parlamentarios, de tantos colectivos afectados por las partidas del Estado se ponen en marcha, tocan a rebato, a levantarse, a despertar, parece que el reloj de Sánchez haya vuelto a funcionar porque Pablo Iglesias le esté dando cuerda, pero apenas unos telediarios después comprobamos que, como en el cuento de Papini, era simple ilusión, un efecto o truco de los sentidos, engañados por una falsa esperanza.

Ahora, con la eutanasia, el reloj de Sánchez parece haber vuelto a funcionar, pero hacia atrás, descontando, más que contando el tiempo de la vida. De la cual cada cual es dueño y señor, pudiendo, pues no hay nada, salvo la religión, que lo impida, disponer de su discurso o de su fin.

Ese reloj, el de la eutanasia, que marca la hora de la muerte, es el más real de todos, y seguramente el único que importa porque una vez haya dado la última hora ya no habrá nada, ni siquiera las campanadas o los cucos de los otros relojes, ni siquiera los latidos de otros corazones cercanos, que lo devuelva a esta vida pautada por un tiempo artificial dividido en las doce horas del día y de la noche. El curso del tiempo lineal habrá terminado y con él toda actividad, todo derecho, restando en adelante el testimonio, la memoria, el recuerdo o legado como únicos elementos de permanencia en el espacio tiempo de los otros, o quién sabe, en algunos casos, si en la inmortalidad...

En los cuentos de Papini, el tiempo y la conciencia se extravían, el individuo se disuelve en su yo y en el reflejo de los otros. Sánchez ha perdido el reloj y por eso la hora que nos da y lo que nos cuenta parecen ecos de campanadas remotas.