«Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir». Estas palabras, dichas con cara de memo pillado en un renuncio, las pronunció Juan Carlos de Borbón en abril de 2012 a la salida del hospital, tras sufrir un accidente cazando elefantes en Botsuana. Añadió que se encontraba bien y «deseando volver a trabajar». Y vaya si volvió a la faena, que consistía por entonces, y desde hacía muchos años, en trincar comisiones, recibir «regalos» millonarios de sus «hermanos» los emires de Arabia y en revolotear de flor en flor cual macho en celo, estado permanente en los humanos, a diferencia de la mayoría de los animales que solo lo manifiestan en ciertas épocas del año.

La caza del elefante y de otras piezas (osos, leopardos o leones, no piensen mal) arrastró al entonces Jefe del Estado a las cotas más bajas de popularidad. No hubo forma de parar el descrédito, y el ahora Rey Emérito se sumió en un desprestigio vertiginoso que lo obligó a abdicar el 19 de junio de 2014.

Desde entonces, y sobre todo en los últimos meses, el todavía Emérito ha seguido cayendo en la inmundicia, al desvelarse, con documentos incontestables, las decenas de millones de euros (la prensa extranjera habla de miles de millones) que el popularmente conocido como Campechano amasó en cuentas corrientes en Suiza y otros paraísos fiscales, fundaciones fantasmas creadas para ocultar el dinero sucio y donaciones a una de sus íntimas, como dádiva generosa por su amistad, no como pago a los servicios prestados (no vuelvan a pensar mal).

Durante décadas, el Jefe del Estado a título de rey disfrutó -y lo sigue haciendo por ahora- de una impunidad indecorosa, de la complicidad indecente de todos los gobiernos que en España han sido y del silencio cobarde de la prensa «libre e independiente».

Muchos españoles, alrededor de seis millones según datos oficiales, viven en el límite de la pobreza, sobre todo desde la crisis de 2008, pero el Campechano seguía a su «trabajo» (juergas, cacerías, amigas íntimas y viajes de superlujo), atesorando uno tras otro millones y millones de euros. Mientras todo esto pasaba y los gobiernos de turno miraban para otro lado, el Borbón peroraba en las televisiones allá por Navidad para decirle al pueblo español que «la Justicia es igual para todos», que había que «salir juntos de la crisis» y tal y cual. Pues pese a todo lo que se está conociendo, este tipo mantiene el tratamiento de Rey y de Emérito. Una nación que consiente y permite semejante burla no mece la pena.