Estás poniendo un clavo, das un golpe en falso, te machacas un dedo por error, y ¡zas!: cagondiós. Estás tan ricamente escribiendo en el ordenador, no has pulsado a la tecla de guardar, se pierde el texto por error u otra contingencia, y ¡zas!: cagondiós. Pasas por debajo de un balcón, alguien riega las plantas y el agua sobrante cae y arruina tu americana: cagondiós. Estás viendo un partido de fútbol y tu delantero favorito falla lo que tú crees que es un gol de principiante: cagondiós…

A ver: no hay trabajo, situación cotidiana o habla coloquial que no incluya un cagondiós en su repertorio expresivo, y no precisamente con intención de ofender.

Desde que los dioses entraron en la vida de los hombres, eso que la Iglesia llamó blasfemia no es sino una función expresiva del lenguaje, una forma de desahogo, un grito de decepción con el mismo significado que otros vocablos más o menos escatológicos o anatómicos (¡mierda!, ¡cojones!), pero algo más altisonante.

Desconozco si el señor <b>Toledo</b>, procesado ahora porque sus comentarios, y cito textualmente el auto del juez, «contienen frases potencialmente ofensivas para la religión católica y sus practicantes», quería ofender, provocar, expresar un estado de ánimo o tocar las pelotas; me da lo mismo. Cierto es que, al parecer, anda sobrado de excrementos, pues, además de cagarse en Dios, defecó verbalmente sobre «el dogma de la santísima y virginidad de la Virgen María» (sic) y aún le quedó materia para echarla sobre la Virgen del Pilar a la manera de los viejos agricultores de antes de la era del tractor, cuando una mula no tiraba con rasmia de la carga.

Pero más allá de que disponga a su gusto de un cargamento de mierda, habría que explicarle que provocar, lo que se dice provocar de verdad, hacerlo con un mecagüen, por muy divino que sea, es poco eficaz y bastante antiguo, y que le apliquen por eso el artículo 525 del Código Penal no deja de ser una anomalía más de las españas en estos tiempos de juramentos cibernéticos.

Mi padre tenía la costumbre de cagarse en «el papel sellao», que lógicamente llevaba la efigie del dictador Franco, y jamás tuvo problema alguno (y reconozcamos que el cabrito del caudillo pintaba más que Dios).

A lo que voy: disiento tanto de la provocación del señor Toledo (no porque me ofenda, claro, pues a los agnósticos y libertarios nos incomodan otras cosas) como de la decisión del juez de encausarlo.

Y vuelvo al principio: si su señoría se toma realmente en serio el artículo 525 ya puede ir llamando al juzgado a la mayoría de los ciudadanos. ¡Todos a la cárcel, mecagüen el papel sellao!.

*PeriodistaSFlb