Suele decirse que no hay nada a lo que deba temerse más que al propio miedo. Cabría añadir que tampoco hay nada que obnubile la razón tan eficazmente como el dolor. Quizá porque el dolor se acompaña del miedo y engendra odio, una alianza letal. Son tantos los muertos, tantos los heridos, tantos los torturados, tantos los exiliados, tantas las vidas arruinadas por el antisemitismo a lo largo de los siglos, que no tiene nada de raro que el veneno de ese cóctel de dolor, miedo y odio emponzoñe cualquier disputa en la que estén de algún modo presentes sentimientos o actos antisemitas. Estos días se vive la agria polémica entre los gobiernos de Israel y de Francia a cuenta de las agresiones antisemitas que sufren los judíos franceses y de la recomendación de Sharon para que abandonen Francia rumbo a la tierra prometida de Israel.

Francia guarda memoria de la vergonzosa entrega a las tropas nazis, por parte del Gobierno colaboracionista de Petain durante la segunda guerra mundial, de miles de sus ciudadanos judíos, cuyas vidas fueron a consumirse en los hornos crematorios de los campos de exterminio. Quizá por ello, la clase política, con el presidente Chirac a la cabeza, se ha lanzado a un activo combate contra los nuevos brotes de antisemitismo. Fruto de ello son el endurecimiento de la legislación que persigue las actividades racistas y xenófobas, y el debate contra las ideas racistas y antisemitas propiciado por intelectuales y periodistas. Por eso sorprende que Sharon se refiere a los judíos franceses como si estuvieran en peligro de extinción.

EN LOS ULTIMOS años, al igual que sucede en otros países europeos como Alemania, Italia, Suecia o España, el aumento de la inmigración se ha acompañado de un incremento de los actos racistas y xenófobos. Lo llamativo del caso francés es que la mitad de dichos actos tiene por víctima a la comunidad judía. Dos son las razones que explican el fenómeno, en mi opinión. La primera es que la comunidad judía de Francia, cifrada en medio millón de personas, es la segunda mayor fuera de Israel, lo cual la vuelve un objetivo socialmente más visible. La segunda es que al contar Francia con un 10% de la población de origen musulmán, también resulta más fácil que aparezcan grupos aislados de extremistas islámicos. En todo caso, tampoco la comunidad árabe escapa de los actos racistas, como no escapan los gitanos húngaros o españoles.

Se trata pues de un problema que se agrava paulatinamente en toda Europa y que tiene a diversas comunidades como víctimas. ¿Por qué entonces el protagonismo del antisemitismo? Sin duda porque el antisemitismo ha sido históricamente el termómetro de la libertad en Europa. La persecución del pueblo judío ha marcado los momentos más sombríos de nuestra historia. Bien puede decirse que siempre que sube la temperatura del antisemitismo, Europa se enferma de autoritarismo. La opinión pública de Francia lo ha comprendido perfectamente. Basta repasar la prensa de los últimos meses.

Sin embargo, el antisemitismo está hoy muy lejos de alcanzar la temperatura de finales del siglo XIX o principios del XX. Los judíos de Francia no corren peligro como comunidad, cuentan con el respaldo democrático de la sociedad francesa y las agresiones que ocasionalmente sufren son perseguidas con diligencia. Todo ello hace pensar que las palabras de Sharon responden a otros intereses que, en realidad, poco tienen que ver con los de la comunidad judía francesa o, para ser más exactos, que pueden incluso resultar contradictorios con éstos.

Crear alarma y llamar al abandono colectivo del país no hace más que presentar a los judíos franceses como extranjeros encubiertos que sólo aguardan el momento de abandonar la nación. Ni más ni menos que la misma imagen acuñada históricamente por el antisemitismo. No es de extrañar que el gran rabino de Francia haya salido al paso de las palabras de Sharon. Pero el problema va más allá, porque el Gobierno de Israel con sus declaraciones pretende manipular el dolor histórico del pueblo judío para arreglar cuentas con el Gobierno de Francia, cuya posición ante la política de apartheid emprendida por Israel contra los palestinos le irrita particularmente.

MIENTRAS LOS gobiernos de Israel se empeñen en traficar con el dolor de su pueblo, forzando la identificación de los judíos del mundo entero con el Estado de Israel y tildando de antisemitas a quienes discrepan de las posiciones políticas de dicho Estado, estarán contribuyendo activamente a alimentar el antisemitismo. Puede que les sea rentable políticamente, pero nada hay más irresponsable que ofrecer al mundo un cóctel de dolor, miedo y odio. Por muy justificados que estén esos sentimientos.

*Escritor.