Una investidura significa muy poco en sí misma, por la vía de votos afirmativos o abstenciones, si no viene acompañada de un compromiso de gobierno con unos presupuestos acordados que den cuerpo (y alma) a la dirección en la que se quiere avanzar o profundizar, según los casos. Y, sin embargo, apenas nos hemos movido de la casilla de salida, perdidos en un teatrillo de estrategias partidistas entre los que están en la mejor disposición, o de histrionismo entre los que no lo están.

No solo el tiempo (ese que en política hay que respetar) pasa contaminándose a sí mismo, sino también los trenes que como sociedad vamos dejando pasar sin saber si para cuando lleguemos donde deberíamos llegar será demasiado tarde. Algo tan fundamental en el mundo de hoy, por no hablar del futuro, como la inversión en investigación y desarrollo sigue estancada: estamos en la misma cantidad de euros dedicados que en el 2008. Toda una década perdida. Lo dicen las cifras: un 1,24% del PIB, lejos del 2,3% de la media de los países europeos y del 2% que el gobierno del PP pactó con la propia UE para el 2020. Cabe añadir aquí que en un país como el nuestro, con el enorme potencial que tiene para producir energía renovable, el 2019 se saldará con una producción del 13,5% inferior al de hace cinco años. Las cifras sirven lo mismo para clarificar que para descorazonar.

Esta misma semana se anunciaba un acuerdo para los Presupuestos del próximo año en Cataluña (los tienen prorrogados desde el 2017) entre ERC y los comunes, aplicando una fiscalidad progresiva más justa, que podía permitir pensar que facilitaría un pacto a nivel nacional, aunque Pere Aragonés, vicepresidente catalán y coordinador nacional de los republicanos, rebajara las expectativas y aislara unas negociaciones de otras. En cualquier caso, la pelota, hoy, está en el tejado de ERC, y en cómo da salida a esa doble alma de quien se proclama de izquierdas y, por tanto, comprometido con las políticas sociales que pretenden impulsar PSOE y Unidas Podemos, y a la vez independentista. No va más. O sí.

Ciudadanos sigue teniendo una segunda pelota en su mano. No por la ridícula vía de los 221 escaños, sino por el camino del voto afirmativo al PSOE en la investidura, su único modo de ser importantes en la legislatura. Aunque su fantasma del futuro, que diría Dickens en su Cuento de Navidad, es que a Inés Arrimadas se le está poniendo cara de Rosa Díez. *Periodista