El New York Times acaba de despedir a sus dibujantes gráficos y de cancelar su sección de caricaturas políticas. ¿Motivo? Un dibujo satírico en el que se veía a Benjamin Netenyahu y a Donald Trump en los papeles, respectivamente, de perro de un ciego y de ciego. Las acusaciones de antisemitismo y las presiones de la poderosa comunidad judía neoyorquina han conseguido eliminar esta conquista de la libertad de expresión, y limitar la misma a lo, desde su punto de vista, políticamente correcto.

El retroceso de las libertades informativas en Estados Unidos coincide, paradójicamente, con la inminente publicación en España de las memorias de Seymour M. Hersh («Reportero», ediciones Península), considerado por muchos como el último gran periodista estadounidense de investigación. Al comienzo de su carrera fue redactor de plantilla del New Yok Times. En 1970 ganó el Premio Pulitzer por sacar a la luz las mantanzas de My Lai en Vietnam. Desde entonces, sus reportajes han merecido numerosos premios y reconocimientos, el National Magazine Award, el George Orwell, etcétera...

Considerado como un outsider, Hersh ha hecho siempre prevalecer en su código deontológico la verdad, obtenida a través de la investigación periodística, sobre o frente a esas verdades edulcoradas y políticamente impecables armadas desde los mecanismos del poder. Sus denuncias, por ejemplo, textos e imágenes de las torturas llevadas a cabo por oficiales norteamericanos en la cárcel de Abu Ghraib dieron la vuelta al mundo.

Antes, Hersh había denunciado hasta la extenuación la inexistencia de Armas de Destrucción de Masiva en el régimen de Sadam Hussein, que fue la excusa de Bush jr., Blair y Aznar para declarar la guerra a Irak.

Sus memorias son un prodigio de interés y de sinceridad. Sin pelos en la lengua, Hersh lleva décadas denunciando abusos de poder y corruptelas en las más altas instancias de Washington, la CIA o el Pentágono.

Un ejemplo a seguir por tantos jóvenes periodistas que hoy se enfrentan al dilema de contar la verdad pagando un alto precio, o bien limitarse a hacer la vista gorda.