Ayer puse el telediario de las tres porque quería ver el enfoque que los funcionarios televisivos del Gobierno aplicaban a la histórica inauguración del trasvase del Ebro por parte de su jefe supremo, José María Aznar, pero el comunicado de ETA se llevó el agua a su molino.

La Uno, con sus dos loros parlantes, dedicó más de veinticinco minutos a destripar esta cuestión desde diversos puntos de vista, abrumadoramente mayoritarios, por supuesto, a los intereses del Gobierno.

Por una parte, el ojo público se propuso acabar con la credibilidad de un Carod-Rovira a quien se linchó sin más. Por otra, liquidar el gobierno autónomo de Maragall, forzándole a romper con Esquerra; pero el Pasqui , que de tonto no tiene un pelo, ya ha dicho que por aquí no se va a Madrid. Además, la Uno aprovechó la misiva etarra para sacudirle a Zapatero por su sociedad catalana, presentándole, frente a la defensa de la unidad patria que al parecer preconiza en exclusiva el PP, como un taimado y veleidoso aventurero del poder. Salió Aznar, claro, y Rajoy (que dice querer debatir con Zapatero... ¡y con Carod-Rovira!). Salió Piqué (ofreciéndose a salvar Cataluña), y Acebes, y la presidenta de las Víctimas del Terrorismo... Y entre todos, como de costumbre, arreglaron el país y le hicieron un roto a la oposición.

Cuando los comisarios de Prado del Rey consideraron que habían exprimido divinamente la nota etarra, convirtiéndola en eje de la campaña y en arma arrojadiza contra Zapatero y Maragall, alcanzando en un solo telediario todo un pleno de objetivos previstos, pasaron por fin al trasvase.

Y vimos otra vez a Aznar en un pueblaco de Murcia, rodeado de toda clase de pelotas y parásitos, frente a la fatídica cinta, frente al crespón de Aragón. La ministra Elvira estaba que no cabía en sí de gozo. Valcárcel, el presidente murciano, andaba, más que rojo de satisfacción, rucio, como si se hubiera soplado, para celebrar su triunfo contra los tercos aragoneses, más de un vaso de Jumilla. Asistían también al chanchullo la alcaldesa de Cádiz, Teófila, por ver que le estiren un poco más la tubería, y el diputado popular Rafael Hernández, el de la cara de acelga, autor de ese ingenioso eslógan electoral de la España del "Todo a diecisiete". La cámara no pudo captar a Chaves, pues por fortuna no estaba, aunque mandó un propio.

Después, el equipo de la Uno, cuyo locutor se dedicaba a ensalzar las cautelas "ecológicas" de la obra, acompañó a su señor a otro pueblaco de Almería, donde se repitieron los cortes de cinta, las primeras piedras, los ajamonados rostros de los empresarios que se van a poner las botas con el nuevo suministro, los endomingados alcaldes de la fuerza, el aplauso y el vítore.

Consciente de encimar un proyecto que ni siquiera Francisco Franco pudo llevar a cabo, Aznar prometió, para rematar la faena, que esta semana licitará todas las obras del trasvase que requieren conducción por tubería.

Satisfecha su telegénica jornada y su aragonesa vendetta , el déspota regresó a Madrid.

*Escritor y periodista