Ya se ha instalado en la lista de dogmas del ciudadano aquel que sentencia que las administraciones públicas deben tender al déficit cero. Las administraciones deben perseguir ese objetivo por todos los medios posibles. El dogma del déficit cero es la obligación básica de cualquier administración, excepto de la norteamericana, que se rige por sus propias reglas. Como es lógico, siendo la dueña, impone y exporta unas normas que a ella no le afectan. En principio, nadie lo duda, no tener deudas es lo mejor. El dogma es inatacable. Las deudas, como poco, impiden dormir a pierna suelta. Y lo que es más importante: impiden que se pueda invertir y... endeudarse de nuevo. El dogma parece afectar a las administraciones públicas, pero no a los ciudadanos y ciudadanas. Los gobiernos y las numerosas autoridades económicas y monetarias insisten en que los gobiernos confluyan en el déficit cero, pero muy rara vez amonestan a la ciudadanía para que se aplique el precepto. Al revés, con su silencio, parecen incitar al endeudamiento, cada vez más abultado, y al burbujeo. Jamás se menciona que si se llegara a cumplir este dogma, las empresas que viven de prestar dinero --también llamadas "instituciones" crediticias-- tendrían que buscar otras ocupaciones. Cuando un gobierno logra aproximarse --con algunas trampillas-- al ansiado déficit cero, es a costa de aumentar los gastos --la deuda-- de algunos de sus periféricos (autonomías, ayuntamientos...) y a costa de recortar inversiones que, como la educación, se consideran estratégicas. Es posible que estas objeciones sean prejuicios, ganas de llevar la contraria. Quizá es posible alcanzar el dogma y que todo funcione mejor que nunca. Si se consiguiera un déficit cero universal, habríamos llegado al comunismo (¡horreur!) por el otro lado, y encima con una cierta libertad de mercado. Es posible que estemos ante una utopía, la clásica utopía que empieza como una moda pasajera y acaba convirtiéndose en lo único, lo esencial, el objetivo absoluto: un mcguffin totalitario que sirve para avasallar, sermonear y seducir al mundo. Lo único que puede matizar este peligro es explicar --en el caso de los gobernantes, demostrar-- que reducir las deudas en un lado no supone aumentarlas en otro, ni empeorar la vida y las posibilidades de la gente, especialmente de la más endeudada.

*Escritor y periodista