Las vacaciones han llegado pero conviene guardar la calma. Para muchos españoles consistirán en quedarse donde estaban pero pudiendo salir de casa. Este año el verano viene con virus. Demasiada V y no precisamente de victoria. La pandemia sigue aquí y nos ha cambiado la vida. No hay que olvidarlo por mucho que tengamos ganas de disfrutar, de juerga y de comernos el mundo durante unos días. No se puede. No se pueden montar fiestas tanto en ambientes cerrados como abiertos. No se puede ir sin mascarilla por las vacaciones como si todo hubiera acabado.

No se puede caminar, correr, vivir sin respetar la distancia social. No se puede estar en la playa pegados los unos a los otros. Hace unos días estaba en la playa a hora temprana y sin gente alrededor. Vi acercarse a una familia joven con todo el equipo playero (sombrillas, toallas, flotadores, cubos, palas). ¡Bingo! se pusieron a mi lado a menos de un metro. Cuando vi que empezaban a hacer el agujero para colocar la sombrilla le dije al padre de familia: «Disculpe, pero son dos metros la distancia a guardar». «Eso es en el mar, señora», contestó, y siguió con su despliegue familiar. Recogí mi toalla y me largué de allí pensando si el tipo era imbécil o se estaba burlando de mí. También se está poniendo de moda ir con la mascarilla en el cuello, en el codo, o puesta pero con la narices al aire. Incluso en el transporte público. No se han enterado de cómo se transmite el virus o se creen que ya está vencido. ¿Ignorancia, nula educación cívica, mala leche? De todo hay.

De la felicidad de entrar en un verano controlado pasamos a nuevos brotes (incluso contagios familiares), repuntes y al temido confinamiento. Encerrados de nuevo. Como ha pasado en Lérida con la recogida de la fruta y la falta de medidas de las empresas. La relajación en las costumbres ya no es de este mundo. Ahora toca cumplir con las normas sanitarias de forma exquisita si se quiere salvar la economía. La gente habla mucho de que si la economía se resiente perderemos todos. Pues imagínense ustedes cómo quedará la economía si volvemos al confinamiento. Herida de muerte. Y la ciudadanía de los nervios porque otro encierro nos puede volver locos.

Si nos quedamos sin fiestas multitudinarias y aglomeraciones masivas, focos evidentes de contagios, pues otro año se harán. Valencia no autorizó las Fallas. Navarra se ha quedado sin los encierros en San Fermín, Sevilla sin su Feria de Abril, las fiestas de San Isidro en Madrid suspendidas el 15 de mayo por el virus. Sin Diada y sin San Jorge. Todos ellos y alguno más, ejemplos de responsabilidad de los gobernantes y de los ciudadanos que saben lo que está en juego, aunque se aplacen las tradiciones. A la vuelta del verano llegarán nuestras fiestas de El Pilar, sin conciertos, sin jotas y sin pregón. El alcalde Azcón debería pensarse si merece la pena salvar la Ofrenda. Estoy segura que si le pregunta a la virgen le aconsejará evitar este año el peligro de exponernos al Covid. Nobleza obliga.