Tras 27 años y 8 convocatorias a elecciones generales, los españoles hemos sido convocados de nuevo a las urnas. De la aciaga centuria que fue el siglo XX (en España, la mitad fue detentada por dictaduras) heredamos una democracia imperfecta, en la que el axioma sagrado de "una persona un voto" no deja de ser un sarcasmo. Según las tramposas reglas del juego que establecieron la UCD y el PSOE, para obtener un diputado por Soria o Teruel hacen falta muchos menos votos que para sacarlo en Madrid o Barcelona. La circunscripción electoral provincial es tan injusta como arcaica y si a ello se añade la ley D´Hont, que premia en el reparto de los restos al partido más votado, la tropelía es manifiesta. Así es posible obtener mayoría absoluta con poco más del cuarenta por ciento de los votos; con un reparto proporcional puro, en las elecciones del 2000 al PP le hubieran correspondido 158 escaños y no los 183 que obtuvo. Como verán, todo un ejemplo del valor del voto. Dicen que esa ley se aplica para constituir mayorías estables, el voto útil y memeces por el estilo, pero el resultado real es que los votos de unos ciudadanos valen menos que los de otros. Para que esta democracia lo sea en plenitud, hace falta cambiar el sistema electoral, y desde luego que los ciudadanos elijan al Jefe del Estado, y eso sólo es posible con la República, porque sin un sistema electoral directamente proporcional al voto y sin república, esta democracia sigue siendo defectuosa. Pero el domingo voten ustedes, que total son cuatro años.

*Profesor de Universidad y escritor