La intención del Gobierno socialista de retirar los restos de Franco del Valle de los Caídos, anunciada como algo inminente, es una buena oportunidad para realizar una especie de censo de los franquistas que quedan hoy en día. Hace más de 40 años que falleció el dictador y durante este tiempo se ha dicho y repetido que en España la ultraderecha era residual y anecdótica. Ahora podremos comprobarlo.

Nada más saberse la noticia, hace una semana, en muchos puntos de Madrid podían verse carteles y pintadas de El Valle no se toca. Algunos, se sabe bien, estaban promovidos por la Fundación Francisco Franco --es decir, pagados con las subvenciones públicas que ha ido recibiendo durante años del Gobierno del PP--, y quizá el censo de franquistas debería empezar por allí. En todo caso, esta es la parte fácil. Tampoco es difícil imaginar que levantarán la voz esos franquistas más aparatosos que hace unos meses se apuntaban a las manifestaciones de Sociedad Civil Catalana para la unidad de España...

El recuento debería continuar a medida que se den los pasos necesarios para retirar los restos del dictador y desmantelar el Valle de los Caídos. Saldrán, sin duda, los que criticarán la medida apelando a la convivencia social y al error de remover el pasado. Serán quizá los mismos que en marzo de este año vetaron la reforma de la ley de la memoria histórica para localizar, exhumar e identificar a los desaparecidos de la guerra civil.

Es importante también recordar que en estos 40 años el franquismo--y el neofranquismo-- ha mutado sobre todo en un estado mental. La lógica de la edad nos dice que ya no quedan muchos de esos franquistas que nunca dejaron de serlo, los de gafas oscuras, bigote fino y lagrimita cada 20 de noviembre. Pero luego están los del franquismo por herencia: una forma particular de entender la democracia, una actitud que proviene de las tradiciones familiares, incluso una pose prepotente que se refugia en la nostalgia de ver toda la vida el retrato del Caudillo presidiendo el comedor.

Asimismo habrá que estar atentos a las voces acríticas, porque también hay franquistas que no saben que lo son. Es el franquismo pasivo, de los que viven todavía sujetos a un reparto de papeles que ya es caduco. Pienso por ejemplo en esos políticos de PP, Ciudadanos y, voilà, el PSOE que en marzo también rechazaron una reforma de la ley de amnistía para que se pudieran juzgar los crímenes de la dictadura y perseguir a los torturadores, por ejemplo.

Todos ellos tendrán pronto la posibilidad de decidir si entran o no en el censo. Podríamos empezar, por ejemplo, por Carmen Martínez-Bordiú, la nueva duquesa de Franco, nombrada por el Gobierno de Rajoy en el último suspiro. Y desde ahí, ir bajando. H *Escritor