El bar que sirve las cervezas más frías de Kenia está cerrado. El país africano ya sufre los primeros casos de infectados por coronavirus. No quiero ni imaginarme cómo será la incertidumbre en el suburbio de Kibera. Mi refugio isleño en el norte del país vive aún en calma.

En España el cine al que suelo escaparme para inflarme a palomitas tiene la persiana bajada. Supongo que hasta que la vida real no se sienta como una película. Las cifras de muertos por el virus con corona superan las 1.000, y nos cuesta ponerle rostro a tanta desgracia.

Los balcones son la nostalgia de lo que éramos hace una semana. Ahí recordamos las vivencias de nuestras calles. La crisis sanitaria nos ha golpeado en pocas horas como nunca en los comportamientos habituales de nuestro día a día.

Un abrazo es algo áspero que debemos rechazar. Hay ancianos en soledad anhelando una conversación con un nieto en un largo paseo. O hay quienes sueñan con un próximo viaje a miles de kilómetros pero no son capaces de ver el horizonte de su confinamiento.

Un jabalí se mueve libremente en el carrer de Balmes, en Barcelona. La polución se reduce a niveles mínimos como hace décadas en varios países que sufren la cuarentena domiciliaria. ¿Cómo serían las ciudades sin nosotros?

Algo así explica el periodista Alain Weisman en su libro El mundo sin nosotros. La duda de cuánto tiempo durarían nuestras huellas en el planeta si nos esfumamos en un suspiro. Y me pregunto: ¿nos echaría alguien en falta?

La toxicidad del ser humano es otro virus. Lo sabemos por las consecuencias del cambio climático pero no nos esforzamos en ralentizarlo. Un cierre extremo de los países que sufren el coronavirus ralentiza nuestro impacto en la naturaleza. ¿Nos acordaremos cuando salgamos de esta crisis?

«El país que conocíamos no volverá a ser el mismo», me dice un diputado socialista. Le tengo aprecio, y sabe de lo que habla. Lo hace siempre con pasión. Cree que la crisis sanitaria del coronavirus lo cambiará todo. Hay veces que la vida nos obliga a parar. Y si sabemos apreciarlo, debemos reflexionar sobre el papel que protagonizamos, tanto fuera como dentro de nuestros balcones.

Las consecuencias de esta crisis están provocando sufrimiento en familias que pierden seres queridos. No seamos tan insensatos de no valorar lo que tenemos. Seamos la razón de que lo más importante es la vida. Y que estamos obligados a colorearla de pasión.