Quisiera pensar que el hecho de nombrar a un filósofo como presidente del Senado tenga algo que ver con un agradecimiento hacia la Filosofía. Si además ello fuera acompañado de una mayor consideración y dedicación a la misma en los planes de estudios tal vez la deuda que occidente tiene contraída con su Filosofía quedaría, si no saldada, sí al menos reconocida. Pero ya saben: no todo lo que se desea se cumple. Hoy, 26 de mayo, es día de elecciones, a veces tengo la sensación de que vivimos en una campaña permanente, supongo que el trasiego electoral de los últimos dos años tiene bastante que ver con ello. Ni para un día como este ni para otros muchos resulta sencillo encontrar respuestas fáciles en la Filosofía. Nunca fue ese su cometido, cometido cada vez más complicado de encarar y cumplir en una sociedad como la nuestra, donde la censura no llega tanto por los contenidos como por la restricción de su extensión a través de la limitación de sus caracteres. Verdad es que nuestro tiempo es oro y nadie debería desperdiciarlo ni hacernos desperdiciarlo a los demás, pero también es verdad que no todo cabe ni encaja en determinados formatos: el de la Filosofía es uno de los casos.

Y hablando de verdad, de elecciones y de Filosofía se me ocurre que quizás pudiera venir a cuento una de las muchas ideas de uno de los pensadores más audaces de Alemania. No esta vez no se trata de Nietzsche sino de Hegel, incluso diría que uno de los modos de entender a Nietzsche es verlo como alguien contra Hegel. Pero volvamos a lo nuestro que es hoy. Según Hegel la verdad solo lo es si es doble pues la verdad ha de ser no solo pensada sino también vivida, algo así como una verdad al cuadrado que bien pudiéramos identificar como lo que habitualmente llamamos coherencia. Lo que de nuevo me lleva a la Filosofía porque como mínimo tres aspectos tienen ambas en común. El primero, que ninguna de las dos está de moda, ninguna congenia bien con el postureo y el histrionismo tan en boga. El segundo, que las dos acaban remitiendo siempre a la necesidad de ser consecuente con los principios que se defienden y propugnan. El tercero, que demasiado a menudo se tiene a ambas por fastidiosas, molestas y aburridas. Y si bien reconozco que ninguna es facilona también creo que nada de lo que merece la pena se adquiere cómodamente, al contrario, lo más frecuente es que sea inversamente proporcional: a mayor dificultad más valor. Sea como fuere, estén de acuerdo conmigo o no, acaso no esté de más defender hoy el valor de la filosofía y el de la coherencia, y recordar que, como también dijera Hegel, nada grande se ha hecho en el mundo sin una gran pasión. Verdad, coherencia y pasión he ahí las tres grandes consignas para los representantes que votemos hoy y lo sean mañana.

*Filosofía del Derecho. Universidad de Zaragoza