Intimidados por el covid-19, muchos urbanitas se han acordado de la vieja casona en el pueblo y han creído encontrar mayor seguridad frente a la pandemia en los pequeños núcleos alejados del hacinamiento ciudadano y de los saturados destinos vacacionales, tan proclives al contagio. Ello ha propiciado un reencuentro con las bondades de la vida rural, más allá del tradicional y manido contacto con la naturaleza.

Ciertamente, los asentamientos campesinos adolecen de muchas carencias, prolijamente analizadas y descritas hasta la saciedad, pero también ofrecen significativas ventajas, las cuales han experimentado una sustancial revalorización, merced a que las nuevas tecnologías y el teletrabajo -si están disponibles- permiten opciones antes inaccesibles.

Vienen a mi mente algunas obras cuya temática se centra en la vida rural, alejadas de la tópica perspectiva bucólica y que, sin embargo, no por ello han perdido su carácter entrañable ni, sobre todo, su acento incisivo y perspicaz; dos de ellas me han parecido de una aproximación muy original y, curiosamente, ambas relacionadas con la estepa monegrina. Monte Oscuro , de Ramón Acín , autor consagrado cuyos personajes duermen en una soledad confinada y nos aportan personalísimos matices rústicos e Ilusiones de pan tierno , de Jesús Cancer , donde se describe con gran delicadeza lo que era hace no muchas décadas la existencia en un pueblo de los Monegros. ¡Cuánto han cambiado las cosas desde entonces!

Las condiciones de dureza extrema que impulsaron la despoblación en busca de un futuro más halagüeño, sin el hambre como telón de fondo, se han desvanecido, mutadas en un remanso de paz y entorno sosegado donde la vida ofrece un sereno devenir. Hoy se adivina, lejana pero factible, la posibilidad de que en los pueblos se oigan de nuevo risas infantiles. H