«La oposición fascista a los estudios de género en particular surge de su ideología patriarcal. Las universidades, (dicen), cuestionan la masculinidad y debilitan a la familia tradicional porque respaldan la existencia de los estudios de género. El ataque a los estudios de género es una medida por la que apuesta abiertamente la extrema derecha estadounidense». Son afirmaciones de Jason Stanley, un profesor de Filosofía de la Universidad de Yale en su libro titulado «Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida» (2020. Edit. Blackie Books). También en Hungría y Polonia los estudios de género han motivado un fuerte debate político. Y en la Rusia de Putin en 2016 se cerró la Universidad Europea de San Petersburgo gracias al encono de Vitaly Milonov, un parlamentario del partido Rusia Unida, y al que le parecía repugnante que se enseñaran estudios de género en la Universidad. La política fascista, afirma el profesor, quiere debilitar el debate público atacando y desvirtuando la educación, los conocimientos especializados y el lenguaje. La educación cuanto más controlada mejor, al servicio de sus intereses. Respecto a los conocimientos especializados es sorprendente el desprecio y el hecho de que cualquier mindundi, ya lo he escrito en otras ocasiones, se siente capaz de operar a corazón abierto. Y el hecho de ocupar un escaño ya parece capacitarles para sentar cátedra de cualquier cosa. ¿Que a qué viene esta referencia al magnífico y muy oportuno libro de Stanley? Pues esta columna me la inspiró el adiós a Trump y sus ideas que efectivamente también se extienden por Europa. Pero sobre todo algunas cosas que hay que oír relativas a la negociación de los presupuestos en el Ayuntamiento de Zaragoza y el uso del lenguaje. La violencia de género es violencia de género. Mantener otra cosa es ignorancia o algo muchísimo peor.