Avanza frenético el verano de cara al otoño y los días se agostan cada día un poco más, y así lo corrobora el refrán: «Para la Virgen de agosto, a las siete, ya está fosco». Y la Virgen de agosto, que se celebra hoy, es la de la Asunción, en que se conmemora el hecho de ser elevada por Dios la Virgen María, en su incorrupto e inmaculado cuerpo, de la Tierra al Cielo.

El libro bíblico del Apocalipsis, perteneciente al Antiguo Testamento, contiene un pasaje en el que se narra cómo «apareció en el cielo un gran signo: una mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.» Un texto crucial en la iconografía de la Virgen María, por cuanto muchas de sus representaciones pictóricas y escultóricas obedecen a este canon. Obras de entre las que destaca el Retablo del Tránsito, en la catedral de Plasencia (Cáceres) realizado por el artista barroco Alberto de Churriguera (1676-1750), el cual sirvió de modelo para el pintor valenciano Mariano Salvador Maella (1739-1819) para su pintura La Asunción de María a los cielos, obra que se pude contemplar en el Museo del Prado, en Madrid.

El de la Asunción es uno de los cuatro dogmas marianos -que hacen referencia a la Virgen María- para los cristianos (los otros tres son: el de María, Madre de Dios; la Virginidad perpetua de María, y la Inmaculada Concepción) el cual fue proclamado por el papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950.

Pero el Nuevo Testamento no evoca los últimos momentos de María en su vida terrenal, por lo que los antiguos cristianos -ante la falta de datos fiables- llegaron a venerar tres tumbas distintas de la Virgen.

El relato fiable más antiguo sobre el dogma de la Asunción se remontaría a un manuscrito del siglo IV, titulado De transitus B.M. Virginis (Sobre el tránsito -de la Tierra al Cielo- de la Beata María Virgen). Según este texto, el cuerpo de María habría sido enterrado en una gruta próxima a Jerusalén en el valle de Josafat. Y no sería hasta el año 451, durante el concilio de Calcedonia, cuando el Patriarca de Jerusalén, Juvenal (421-458) dejó escrito que la tumba de la Virgen María fue encontrada vacía tres días después de haber sido enterrada (narración que entronca con el tercer día en que se produjo la resurrección de su hijo Jesús), hecho por el que el emperador Teodosio (379-395) hizo edificar sobre la tumba vacía de la Virgen una iglesia a la que pronto empezaron a acudir millares de peregrinos. Más tarde el emperador bizantino Mauricio (582-602) amplió el templo, dedicándolo a la Dormición de la madre de Dios, y -seguramente porque fue aquel día en el que finalizaron las obras- estableció el 15 de agosto como fecha de su festividad.

Una conmemoración que es celebrada como día festivo en numerosos países (además de en España también lo es en Francia, Italia, Polonia, Portugal o Austria) y en toda la cristiandad, si bien la Iglesia católica lo celebra bajo la advocación de La Asunción, mientras que la Iglesia ortodoxa prefiere el termino de Dormición. Diferencias, no obstante, que tampoco son nítidas, por cuanto en muchos pueblos de España, la Asunción es celebrada con el nombre de «el día de la Virgen de la cama», en el que la imagen de María dormida sobre un lecho es sacada en procesión al final de la misa.

Y como curiosidad cabe reseñar que el emperador de los franceses, Napoleón Bonaparte (1769-1821), que nació un 15 de agosto, hizo que se celebrase aquel día en honor de «San Napoleón», y para que la Iglesia aceptase tal festividad, presionó al nuncio Giovanni Battista Caprara, para que diese por bueno el providencial y oportuno descubrimiento de una tumba que habría correspondido a un dudoso mártir cristiano: San Neopolis, que llegó a incluirse en el santoral como San Napoleón. La festividad (que eclipsaba la cristiana de la Asunción) fue celebrada por vez primera en Francia en 1806 y en España, a raíz de la ocupación francesa durante la Guerra de la Independencia, fue de obligado precepto desde 1809 hasta 1814. Y otra curiosidad, la representación de San Napoleón llevaba el rostro del propio emperador y seguía el canon del de la Asunción. Napoleón, el divino, seguía los pasos del emperador romano, el divino Augusto. Nada nuevo bajo el sol.