Allá por el siglo V antes de Cristo, el reconocido pensador chino Confucio llegó ya a la conclusión de que era la ética privada la que determinaba el bien público. Militar del mismo imperio y contemporáneo suyo, el estratega Sun-Tzu, escribió en El arte de la guerra que "se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose según el enemigo". Algo más de dos mil quinientos años después no puede decirse que la clase política de este país haya comprendido e interiorizado dichas máximas y no, desde luego, por falta de tiempo sino que sería más bien a causa de su poca virtud y escasa astucia.

El que echemos en falta a ambas hace ya demasiado es, a mi parecer, una de las razones que explicarían algunos de los resultados que el día 25 de mayo ha traído consigo. Diríase que buena parte de nuestra clase política creía, sin acierto, que tantos y tantos escándalos de corrupción iban a pasar sin dejar factura ni huellas. Y claro, se equivocaban como aún se equivocan quienes se resisten a aceptar el hastío y la decepción de los ciudadanos que, ni siervos ni cautivos y cansados del triste espectáculo de codicia y vanidad proyectado desde el poder, se han decidido a decir "no". "No" en sus muy diversas formas: protestas, abstención, desafección, quiebra del bipartidismo- Y es que el marco valorativo de nuestro presente empieza a resultar asfixiante para quienes, día a día, se esfuerzan en sus estudios, en sus trabajos, y en sus responsabilidades. En todo caso, tengo la impresión de que eran muchos los que daban y aún dan por hecho que la tormenta pasará, llegará la calma y todo volverá a ser como antes, sin embargo, el horizonte en el que nos movemos apunta más bien a importantes cambios y transformaciones en diferentes y sustanciales ámbitos como el político, el económico o el institucional.

Y no, no estoy de acuerdo con quien piensa que todo se reduce a una mera cuestión de "comunicación", de mala y escasa comunicación se entiende. Antes bien, lo que creo es que va empezando a ser hora de enfrentarse a las contradicciones, de tener la entereza de asumir que pretender defender lo mismo y su contrario como mejor y más rápido método para ganar votos no solo es deshonesto por falsario sino que, como se ve, es impropio y desacertado. Gobernar, gestionar, dirigir sobre incoherencias viene a ser como edificar sobre la arena, una triste garantía de derrumbe a medio plazo.

De sobra sabemos que la verdad no tiene por qué ser una criatura cómoda y amable que nos acompañe y haga grato el camino. Evaluar siempre es difícil, evaluar el presente con justicia particularmente difícil y, sin embargo, absolutamente necesario como paso previo a cualquier acción que decidamos emprender. Con nuestra situación económica y nuestro panorama político más que peticiones se me ocurren exhortos: mesura y determinación que, al menos en nuestro país, no son dones sino tareas.

Profesora de Derecho UZ