El fútbol pronto coloca etiquetas. A Natxo González el pasado reciente, que es hasta donde suele alcanzar la memoria de este deporte antes de perderse en la inmensidad del olvido, le encasilló en el capítulo de entrenadores especialistas en armar equipos defensivamente. Ese fue el sello que dejó su Reus, aunque en realidad no había sido solo ese año, sino norma habitual en su carrera, con sus lógicas excepciones, pero norma. Por muchas razones, pero una de ellas esa justamente, Lalo Arantegui lo reclutó para su causa. El Real Zaragoza venía de temporadas en las que no hizo excelencia precisamente de la seguridad atrás, más bien lo contrario. Y ya se sabe, de Segunda es difícil escapar con muchos goles recibidos.

Al paso por el primer tercio de Liga, la que a priori era la fuerza de González está siendo su debilidad. El Real Zaragoza tiene argumentos ofensivos, especialmente cuando Borja, poderoso delantero de otro tiempo, y Febas, experto rompelíneas, tienen la tarde alegre. Normalmente son ellos los que generan el desequilibrio en acciones individuales, cuando no lo consigue el propio equipo con su juego de búsqueda de espacios libres hacia las bandas, ahora menos pletórico. No hay problema con el gol: 19. Como el Huesca. Más que Osasuna, Numancia o Sporting, todos en playoff. El problema está atrás y donde deben centrarse los esfuerzos. Los 17 goles encajados son los que frenan a este Zaragoza. Natxo no ha logrado todavía hacer virtud de su gran virtud.