Dice James Ellroy que "las elecciones son una gran guerra de macarras para blancos de mediana edad". Ellroy es el autor de L.A. confidencial y se refiere a Estados Unidos, pero podría trasladarse su definición a cualquier otro país de Occidente. Lo que sucede es que la diferencia entre un hombre blanco de mediana edad que acude a votar y la de un canalla que coloca una mochila con una bomba que explotará veinte minutos después, en el interior de un tren atestado de gente modesta que va a trabajar, es la misma que existe entre un hombre honrado y un asesino, entre un ciudadano pacífico y un terrorista.

Es posible que los macarras nos engañen, o nos estafen, o nos mientan con promesas que saben que no van a cumplir, pero prefiero ese purgatorio conocido y cotidiano al paraíso que quieren fabricar estos tipos que se envuelven en una bandera, un versículo o una consigna, y apilan cadáveres de inocentes como cimientos necesarios para un edén construido sobre un amplio cementerio habitado por miedosos.

Votar el próximo domingo se convierte así en una procesión de fe en la vida y de rechazo a los extorsionadores y carniceros disfrazados de nacionalistas o de liberadores. Votar el próximo domingo se transforma en un voto al futuro, aunque el dolor de cientos de familias nos angustie el pensamiento y nos agite con solidaridad emocionada.

Los terroristas ya han votado con su papeleta letal. Ahora, nos toca a nosotros, pero no sólo el domingo, porque la lucha contra el terrorismo es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos, sino el resto de los días en los que tendremos que estar vigilantes para observar y señalar cuántos de los que hoy se duelen con inquebrantable firmeza apuntan mañana la posibilidad de dar posada al asesino y comprensión a los verdugos. Los muertos, nuestros muertos nos lo exigen, si es que pretendemos vivir con un mínimo de honor.

*Escritor y periodista