La ministra Elvira Rodríguez, asturiana ella, y de buen ver, anda ya currándose la campaña por Murcia, que me parece debe quedar a mil kilómetros de su tierra. Si en la lógica de esta cunera señora cabe la renuncia a la cuna, trasvasándose a sí misma, a huevo, levitando en brazos de Mariano Rajoy, ¿por qué no trasvasar también, a la misma distancia, el agua que le encauzará los votos?

Pero no todo van a ser ministeriales defectos. Dicen, quienes la conocen, que esta abadesa Elvira, forjada en los votos de Loyola, tiene los cañetes mejor puestos aún que nuestra monja alférez de Flandes.

A su lado, aquel trasvasista Jaume Matas debía ser un simple lego. Porque llegar Elvirota al ministerio de Medio Ambiente y emprenderla con las licitaciones, y con los catalanes, aragoneses, ecologistas, y con todo aquel que se oponga a su feliz y cetácea natación en los acuarios de agua dulce de las cuencas españolas, ha sido uno. La ministra, que cumple órdenes, como buena y murciana funcionaria del poder que seguirá siendo, se está metiendo caña y cilicio para llevar el tubo a Mazarrón.

Hay que cumplir con Aznar, aunque sea de cuerpo presente. Europa no le autoriza a hacerlo, ni le financia, es más, veta en silencio, pero a estos amigos del PP esos pequeños detalles no les importan demasiado. Son gente preparada (Cascos), moralmente superior (Gomáriz), éticamente ejemplar (Villalonga), incapaz de falsear datos, de mentir, de comprar voluntades. Tienen un programa, una causa. Y, en el frontispicio de sus éxitos, de la nueva España que están contribuyendo a fundar, el trasvase del Ebro, rojo y gualda, como principal bandera.

Aquellos que, desde nuestra ignorancia, o ausencia de patriotrismo, bellidos siendo, o mencheviques, nos oponemos a esta cruzada, hemos merecido ya la caridad y el consejo de la hermana Elvira. Con la misma e inmensa piedad con que nos ha tratado desde que dirige la logia del agua bendita, la matriarca nos exhorta ahora y siempre, por los hectómetros de los siglos futuros, para que no nos dejemos engañar.

Porque, según sus fuentes, alguien muy astuto y malo lo viene haciendo. No se sabe si el mago de Bonansa, el de Teruel, el premio Goldman o doña Cristina Narbona, que para colmo tiene apellido de río. El caso, según la ministra de la orden, es que nos están engatusando, y, lo que es peor, no siendo los aragoneses demasiado listos, nos dejamos embolicar, como diría Carmen París, que es antitrasvase.

Antes éramos vendepatrias, malos españoles, envidiosos, botijeros, obstruccionistas, insolidarios, egoístas, cazurros, bolcheviques, iluminados, traidores, pero ahora, tras la simplificación de la ministra, nos quedamos en simples tardos, elementales tonticos.

Gente simple, la nuestra, incapaz de seguir la argumentación hidráulica, de entender el porvenir que representan Valcárcel y su oligarquía. Gente plana, buena, en el fondo, estos aragoneses tercos, pero fácilmente sugestionables por las herejías del nacionalismo y el agnóstico socialismo. Lerdos, en una palabra...

*Escritor y periodista