La, en apariencia, cordial relación entre el presidente aragonés, Javier Lambán, socialista, y el alcalde zaragozano, Jorge Azcón, conservador, confirma de nuevo aquella vieja verdad política que concede mayor sintonía a los contrarios. Cuando el Pignatelli y la plaza del Pilar fueron regidos por políticos del mismo partido (Ramón Sáinz de Varanda y Santiago Marraco, Santiago Lanzuela y Luisa Fernanda Rudi) los acuerdos fueron prácticamente nulos. Ahora, con un socialista y un conservador al frente de la «bilateral», es posible que Gobierno de Aragón y Ayuntamiento de Zaragoza alcancen una serie de acuerdos.

Los primeros, la ampliación presupuestaria municipal y la ampliación de Plaza, parecen en vías de encarrilarse.

Otros muchos, sin embargo, siguen varados en el andén del olvido. Tal vez se incluyan para su evaluación, no lo sé, en próximos órdenes del día, pero me temo que unos cuantos ni siquiera entrarán a debate.

El Fleta, por ejemplo. Ahí sigue su honda cicatriz, en pleno centro de Zaragoza. Lo que iba a ser un teatro de ópera lleva dos décadas denunciando la incapacidad de nuestros políticos.

Los mismos y de los mismos partidos que han sido igualmente incapaces de reformar el estadio de La Romareda. Asunto pendiente del que se viene debatiendo desde hace veinte años, sin otro resultado que el deterioro de las instalaciones y un inútil y millonario gasto en proyectos arquitectónicos nunca materializados.

Tampoco han resuelto nuestros representantes públicos, en bilateral ni pleno alguno, los accesos a la estación Zaragoza Delicias ni el destino de los terrenos de la vieja estación de El Portillo, que ahí sigue, en pie aún su decrépito edificio, con los cristales rotos como un fantasmal decorado en el centro de la capital, denunciando su parálisis y acusando de inopia a sus ¿gestores?

Desde la Expo de 2008, Zaragoza no ha sido noticia nacional. No lo fue con Santisteve y su monotemático Mercado Central ni a este paso lo va a ser con Azcón y su monotemático estadio de fútbol, a día de hoy sin estudio, sin proyecto, sin presupuesto ni consenso.

¿Servirá la bilateral para convertir una ciudad grande en una gran ciudad?