¿Son racionales las decisiones que tomamos? ¿Qué papel juegan las emociones en los procesos de toma de decisiones? El neurocientífico Francisco José Rubia dio la respuesta a estas y otras preguntas en la conferencia ‘Cerebro y toma de decisiones’ que ofreció en el ciclo XIX Aula Montepellier de Zaragoza, organizado por el hospital HLA Montpellier, y que transcurrió ayer en la sede de la Real Academia de Medicina de Zaragoza en el edificio Paraninfo.

Para el catedrático de Fisiología Humana de la Universidad Complutense de Madrid, “lo primero que hay que aclarar es que estamos convencidos de que la toma de decisiones es algo solamente racional, y esto es absolutamente falso”.

“Aunque el cerebro emocional ha sido tradicionalmente desacreditado frente a la razón, lo cierto es que sin emociones no hay racionalidad”, aseguró el ponente.

Los últimos avances en el conocimiento de cómo funciona el cerebro han permitido dilucidar cómo las emociones están presentes en los procesos de toma de decisiones mucho antes de que se llegue a un proceso racional.

“Cuando tomamos una decisión, lo primero que se pone en marcha es la emocionalidad”, indicó Rubia, antes de añadir que “hoy sabemos que la inmensa mayoría de la actividad cerebral es inconsciente”, aunque estemos convencidos de lo contrario, y que “el cerebro emocional no solo es fundamental en este proceso, sino que actúa de manera inconsciente, aunque las emociones puedan hacerse conscientes mucho después”.

Rubia puso varios ejemplos de pacientes con lesiones cerebrales que acabaron con la capacidad de los sujetos para tomar decisiones. Esas lesiones suelen localizarse en la corteza órbito-frontal del cerebro, llamada así por estar situada encima de las órbitas de los ojos. Una zona que, como explicó el catedrático, es “fundamental para la toma de decisiones, y que tiene una profusa conexión con las estructuras del cerebro emocional”.

En el caso de un trabajador de los ferrocarriles de los EEUU alcanzado en esa zona del cerebro por una barra de hierro que, debido a una explosión, le atravesó el cráneo y destruyó gran parte de la corteza prefrontal, “el sujeto pasó de ser una persona afable y simpática con sus compañeros a convertirse en una persona grosera, irrespetuosa, irreverente, indecisa e insoportable”.

Según el ponente, “se convirtió asimismo en una persona amoral, porque la moralidad también depende de esta parte del cerebro”.

Para Rubia, es un ejemplo importante porque coincide con el comportamiento de psicópatas, que “probablemente tienen un defecto similar” en esa área cerebral.

El ponente puntualizó que las emociones dependen del llamado sistema límbico o cerebro emocional, que consta de varias estructuras como el hipocampo o la amígdala, y que es en la corteza prefrontal donde se establecen las conexiones entre las emociones y la racionalidad.

Por otro lado, dijo que “hasta ahora pensábamos que la moralidad era algo cultural y no innato, pero muchos científicos, entre ellos yo mismo, estamos convencidos de que tiene un sustrato innato en nuestro cerebro”.

¿LIBERTAD DE ELECCIÓN?

El ponente terminó su conferencia con un tema controvertido y más filosófico, como es el papel que juegan las emociones en el libre albedrío.

Sobre ello, el catedrático indicó que “creemos que somos libres en nuestras elecciones, pero experimentos recientes han mostrado que eso probablemente no sea cierto”, ya que “mucho antes de tomar una decisión, el cerebro se ha puesto en marcha de manera inconsciente y, por tanto, desconocida para el individuo”.

De hecho, técnicas de imagen cerebral, como la resonancia magnética funcional, han permitido a los científicos saber de antemano lo que el sujeto va a decidir observando la actividad inconsciente de su cerebro. “Estos resultados no son compatibles con el concepto que tenemos de libertad”, sentenció Rubia.

A continuación, el ponente se refirió a la frase del filósofo empirista escocés David Hume que decía “la razón es esclava de las pasiones”, con la que anticipaba la importancia de las emociones en la toma de decisiones.

A modo de conclusión, Rubia reiteró que “hoy en día hemos expresado algo que debíamos haber sospechado: como el cerebro emocional es anterior evolutivamente a la corteza cerebral, esta última depende de las emociones; por esa razón, cuando lesionamos el cerebro emocional también lesionamos nuestra capacidad de razonar”.