Aquella soleada tarde de febrero, La Romareda lucía preciosa. Entrada de gala, bufandas al viento y zaragocismo en vena para presumir de equipo y asistir, seguramente, a la victoria de casi siempre. Aquel equipo de Víctor Fernández había convertido el estadio en un feudo inexpugnable del que nadie salía vivo. Tampoco lo haría el Deportivo. Y eso que llegaba embalado hacia la salvación de la mano de un Fernando Vázquez capaz de resucitar a un muerto y que aún no conocía la derrota desde que había llegado al banquillo gallego como la última esperanza.

Aquel 23 de febrero, la deliciosa rutina conducía a esa procesión de fieles a su templo sagrado. Todo eran sonrisas, optimismo y diversión para un zaragocismo que, al fin, veía la luz al final del túnel. La Primera División esperaba a un equipo poderoso, fiable y gallardo. La felicidad lo inundaba todo. Más aún cuando López Toca señaló el final del partido saldado con una nueva victoria de un Zaragoza que se quedaba a un solo punto del líder, el Cádiz, y que aventajaba ya en cuatro al Almería, tercero.

Aquella soleada tarde de febrero, Eguaras había sido determinante. Marcó el primer tanto, apenas iniciado el choque, y repartió asistencias a Atienza y Luis Suárez en los otros dos para ahuyentar el susto provocado por el empate de Mollejo. La Romareda era una fiesta y la vida, maravillosa. El gozo envolvía a los aficionados a la salida del campo sin saber que pasaría mucho tiempo hasta que pudieran volver a su estadio. La luz se apagó y las puertas se cerraron. Todo sigue igual desde entonces. Este martes se cumple un año desde que todo se paró. Ni el fútbol ni la vida son iguales ahora. La pandemia acabó con todo y abocó a jugar a puerta cerrada. Fútbol sin alma ni corazón. Silencio.

Aquella soleada tarde de febrero dio paso a las tinieblas. Un año de lágrimas, confinamiento, dolor y muerte que también se llevó por delante a aquel Zaragoza imponente y que, sin aficionados en la grada, se quedó en nada. Se perdió hasta quedar sumido en una desazón que le ha hecho pasar, en un maldito año, de estar con un pie en Primera a pelear por no bajar a Segunda B.

21 sobre 54

La Romareda es otra desde que el fútbol se juega a puerta cerrada. Desde aquella soleada tarde de febrero, el Zaragoza ha disputado 18 partidos en casa de los que solo ha ganado media docena. Y cuatro de ellos en la última etapa, con JIM al mando. Tres empates y nueve derrotas completan un raquítico bagaje de 21 puntos sobre 54 en juego. Una ruina que ha sido determinante para perder el tren del ascenso y, meses después, quedar al borde del abismo.

Dicen que ya se ve la luz al final del túnel. Afirman que surgen ya brotes verdes entre los rescoldos de un incendio que lo ha asolado todo. Aseguran que el fútbol recuperará su esencia y su razón de ser de la mano de esos fieles que, desde la distancia, siguen llorando. De momento, las autoridades sanitarias siguen sin abrir la puerta de los estadios de fútbol en la élite, lo que obliga al Zaragoza a seguir peleando sin su mejor arma. La Romareda, como el Ebro, guarda silencio mientras espera paciente a reencontrarse con su gente y volver a vivir juntos más tardes de sol.