En la previa del partido, Alcaraz lanzó una petición principal, que el equipo fuese más compacto y fiable. En busca de ese propósito lleva haciendo las alineaciones desde que en sus dos primeros partidos en el banquillo, en Elche y en casa contra el Granada, la anterior disposición táctica flaqueara de una manera visible, en parte por determinadas ausencias, en parte por algunas bajas formas y en parte por empecinamiento. Desde entonces el entrenador se ha refugiado en un sistema con cinco jugadores atrás intentando resolver el gran problema de estas 15 jornadas de Liga: una fragilidad defensiva extrema, unas veces encarnada en errores individuales groseros y otras producto de una debilidad colectiva excesiva. La situación con Alcaraz se resume así: dos goles en contra en Elche, dos del Granada, uno del Nástic, dos del Mallorca, dos en Alcorcón...

Es manifiesto que el técnico no está encontrando lo que busca porque los goles en contra siguen llegando, al ritmo de casi dos por jornada. Desde Oviedo, el equipo no deja la portería a cero. Fruto de esa loable pretensión, porque con esa media de tantos recibidos el futuro no existe, a veces sucede lo que ayer, que el bagaje de ocasiones a favor se volatiliza a pesar de buenos ratos de consistencia y con el atenuante del rival, un señor equipo, trabajador hasta la extenuación y muy sólido.

No todo fue negativo. El Zaragoza fue capaz de igualar el ritmo físico salvaje del Alcorcón durante muchos minutos, algo dificilísimo y remarcable. Claro que de nada sirve si vuelves a recibir dos goles y no eres capaz de generar ocasión alguna.