Acabada la pretemporada con el espléndido gol de Pombo como último recuerdo, otro detalle del excelente momento que vive la cantera, siempre la cantera, el Real Zaragoza se enfrenta en la semana del inicio de la Liga a un importante dilema: qué hacer con Alberto Soro, la extraordinaria aparición del verano, ese viento fresco que ha entrado por las ventanas del vestuario y que ni el cierzo tras la última ola de calor. Aire bendito, talento por arrobas en una zurda nacida para jugar al fútbol, desparpajo, frescura y una cualificación incuestionable y a la altura del nivel de la actual plantilla. Para estar en ella.

Soro, bandera de la prometedora generación del 99 y del 2000 de la Ciudad Deportiva, de la que Enrique Clemente es también alumno aventajado, ha sido el principal protagonista de la preparación veraniega, en la que ha dejado huella con virtudes notables: la búsqueda del espacio adecuado a una velocidad mental elevada, regates, controles, arrancadas, recortes, buenas elecciones, habilidad para el último pase… Y varios goles, alguno de bellísima ejecución, como el que le hizo a la Real.

Le falta físico, le faltan todos los kilómetros en el profesionalismo, lugar de trabajo de cientos de duros jornaleros del balón, con el que Soro se entiende de manera natural y al que siempre trata con ese punto de distinción señorial. Es el clásico chico nacido para jugar a este deporte. El plan del Real Zaragoza era que culminara su prometedora formación en el filial en Tercera División. Él se ha reivindicado con grandeza. Tampoco tendría mucho sentido ponerle ahora puertas al monte.