Los tiempos de la contención económica van acompañados en el Real Zaragoza de la abstinencia verbal en los momentos de crisis. Una grave afonía se apodera por completo de los estamentos, menos del entrenador, quien ejerce de portavoz de todo lo que ocurre con la lógicas limitaciones de opinión al tratarse de un empleado. La recaída de Daniel Lasure se suma a un rosario interminable y casi inabarcable de lesiones de ida y vuelta y al por mayor que tan solo pueden ser explicado por los servicios médicos del club con el doctor Honorio a la cabeza. Nadie, sin embargo, se sale de ese guión mudo que encabeza el libro de estilo de la comunidad, permitiendo que las especulaciones campen a sus anchas por falta de información. La calidad física de los futbolistas fichados queda en entredicho y, como consecuencia, la figura de Lalo Arantegui, quien ya ha renunciado a ejercer de bombero de los fuegos deportivos, tampoco reposa en buen lugar, en el mismo que se sienta un director general con silenciador incorporado de fábrica, Luis Carlos Cuartero.

En realidad, esta pandemia y sobre todo el ocultismo de las causas de las distintas dolencias que han ido erosionando la plantilla es una responsabilidad que afecta de igual forma a los propietarios 2032 que al cuidador del césped. Nadie es inocente porque se desconoce hasta qué punto ese embotellamiento de personal en la enfermería ha sido determinante para el rendimiento final del equipo. ¿Y Papunashvili? Lo del georgiano y su viaje a ninguna parte con un edema en el equipaje sobrepasa lo sobrenatural. Demasiados asuntos bajo la alfombra en un enroque constante de falta de transparencia en lugar de comparecer en público para proceder a las oportunas aclaraciones. El hermetismo del Real Zaragoza supera con creces la política de discreción y distanciamiento con el aficionado que han establecido los no poco absurdos tiempos modernos en el deporte profesional, hasta convertirse en una especie de monasterio cartujo.

La sociedad se jacta, con razón, de sus 27.000 abonados. Pues bien, por respeto a esa estupenda cantidad de fieles pagadores y seguidores que se eleva por encima de más de la mitad de los equipos de Primera, el club tendría que abrir de par en par las puertas del búnker para comunicar puntualmente del estado físico de los futbolistas lesionados, de sus procesos de rehabilitación, de las causas de sus recaídas si se pueden evaluar. Seguro que hay una explicación para todo con el comprensible margen del error humano. Lo que no es de recibo --ni de receta-- es que no se escuche ni la bocina de Harpo.