Europa, un territorio inexplorado para el juvenil del Real Zaragoza, ha sonreído de momento al equipo de Iván Martínez con una victoria histórica en el lugar adecuado, La Romareda. El gol de Borge fue suficiente para encarrilar la eliminatoria a doble partido frente al Korona Kielce, un rival con muchas trampas en su aparante tosquedad. Ordenado, físicamente casi intachable y con delanteros de colmillo largo como Pirog, los polacos dejaron pocos recuerdos estéticos, pero mantuvieron en tensión hasta el último suspiro a un conjunto aragonés mucho más estiloso y vertical. Acín y sus portentosos reflejos y los centrales, Javier Hernández y Alejandro Francés, formaron un escudo portector clave para rubricar el triunfo en los momentos más delicados.

Los detalles resultaron fundamentales en una cita controlada técnicamente por el Real Zaragoza, con futbolistas de mayor nivel imaginativo. Aun así, el acelerón de su enemigo le obligó a consumir fuerzas para defender la victoria cuando escaseaba el oxígeno que le sobró hasta mediada la segunda mitad. Mientras tuvo el balón y las energías suficientes, fijó a los polacos sobre el tablero táctico, dedicados a sesgar el juego interior y a que el fútbol se hiciera pesado, a una velocidad que permitía pocas aventuras por el pasillo central. El juvenil aragonés, dirigido por Francho Serrano de principio a fin, llegaba a la orilla del área, donde el rompeolas del Korona se mostraba insuperable. Puche, con un par de tiros lejanos, probó a Osobinski en un encuentro musculado que sólo se flexibilizó cuando Borge se puso a correr por su banda.

La explosión del lateral, cuchillo en la mantequilla, coincidió con un episodio de máxima inspiración de los jugadores de Martínez, lanzados a la yugular de su adversario. Borge se incorporó de nuevo, levantó la cabeza y, casi sin ángulo, clavó el balón junto al poste que defendía Osobinski. Es lo que tiene la calidad individual, el talento por encima de las sesiones de gimansio o de una naturaleza agradecida, cuestión que en este deporte es muy importante pero no decisiva en sus democráticas fronteras participativas. El golazo mereció la fiesta de la celebración y un tiempo en el que el Korona se vio fuera de la competición, tragedia que Osobinski abortó después de una pared con tacón incluido entre Carbonell y Serrano a la que el arquero, con sus reflejos, negó el ladrillo de la felicidad completa.

El Korona Kielce volvió a sentir la angustia tras el descanso. Muchachotes fuertes pero excesivamente tímidos con el balón, arrugados, sin dar un paso al frente para cambiar el destino. Sin embargo, las emociones y el desgaste del Real Zaragoza y la constancia de los polacos condujeron el encuentro a un callejón más oscuro, con intercambio de posesiones y un equilibrio con tintes de amenaza real. A Acín, que había pasado toda la tarde en la hamaca por la falta de trabajo, de repente se le acumularon las horas extras. Pirog le reto a un mano a mano que ganó el portero y una bala perdida la tuvo que despejar como pudo con los pies. Magnífico para romper el hielo de la inactividad con dos fogonazos. Es lo que se les pide a los grandes en esa posición.

Hernández y Francés secundaron a su compañero en la resistencia, dos centrales que nunca duermen ni juegan con fuego. Le ruleta de cambios para refrescar al equipo también le vino de perlas al Real Zaragoza, que fondeo en el puerto de los triunfos europeos en un estadio que lloraba por la larga ausencia de esos sentimientos. Que sonrió viendo a los chicos ser gigantes.