Se acabó. La etapa de Iván Martínez en el banquillo del primer equipo del Real Zaragoza toca a su fin después del enésimo bochorno de una escuadra cadavérica que deambula de cabeza hacia el infierno. El técnico aragonés se irá después de no haber sido capaz de sumar un solo punto en las cinco jornadas en las que ha estado al frente, algo inaudito en la historia de un club que hará oficial su adiós en las próximas horas. El preparador zaragozano, consciente de que la situación es insostenible, será destituido, si es que se puede despedir a alguien que ni siquiera ha sido presentado. Incapaz e impotente, Martínez ha estado lejos de ser un revulsivo y el todo ha ido todavía a peor con él al mando. Responsable, puede. Pero no culpable. En principio, volvería al filial.

Poco se le puede achacar, realmente, a un técnico cuyo principal pecado ha sido, quizá, una ambición profesional mal medida. El sueño de Martínez era dirigir al equipo de su vida y la caótica situación del Zaragoza que dejó Baraja le brindó esa gran oportunidad que llevaba muchos años esperando. Lalo, acorralado ante su enésimo fracaso en la elección de un entrenador, recurrió a Iván como su última bala, consciente, seguramente, de que si esa apuesta también le salía mal, su suerte estaba echada.

En verdad, Martínez lo ha intentado todo. Su trabajo ha sido tan incuestionable como la indecente configuración de una plantilla desastrosa. Ha probado con infinidad de sistemas, ha buscado la reacción de futbolistas llegados como pilares básicos y que no están siendo otra cosa que estorbos y problemas. Y, desesperado, ha terminado por recurrir a los suyos, a aquellos niños que le llevaron al cielo. Porque, en realidad, solo en ellos confiaba.

Se ha equivocado, sí, pero no más que el que lo eligió. El adiós de Martínez debería llevarse por delante a Lalo Arantegui, diseñador de un esperpento que duele y avergüenza por igual a un zaragocismo que ya no puede más. Seis derrotas consecutivas, doce partidos sin ganar, un triunfo solo en el campo y un sinfín de ridículos insoportables en cualquier club digno. No lo es ahora un Zaragoza destrozado y sobre el que comienzan ya a volar buitres carroñeros. Pero quizá todavía haya esperanza si se deja ayudar de una vez y aparta la mediocridad y los egos para dejar paso a quien le quiere de verdad. Si no lo hace, ese Consejo de Administración que ha pasado de héroe a villano en un tiempo récord será recordado como el ejecutor de un ultraje que se llevará por delante miles de almas. Dejen de esconderse en comunicados vacíos que reflejan la falta de alma de un gran club que nunca fue tan pequeño.

Se va Martínez dejando tras de sí la estela de un sueño roto que se convirtió en pesadilla. No merecía semejante desenlace pero le ha devorado el caos. Preso de un plantel con tan poca calidad física como futbolística y de una incesante degradación de un club plagado de funcionarios donde los vicios llevan instalados desde hace tiempo y se impone una limpieza a fondo.