El Real Zaragoza logró una victoria tan vital como afortunada ante el Rayo Vallecano. Tres puntos de oro que frenan la caída de un equipo que venía de una mala racha de cuatro jornadas sin ganar y con una colección de dudas tras el bochorno en el derbi ante el Huesca. No disipó muchas, se diría que muy pocas, pero venció en un encuentro donde estuvo casi siempre a merced del conjunto rayista, con más fútbol y con mucha dinamita arriba ante un sistema defensivo zaragocista siempre débil, que concedió muchas ocasiones al enemigo. El Rayo, de hecho, aún debe estar preguntándose cómo pudo irse de vacío de La Romareda después de malgastar muchas ocasiones de gol, sobre todo al inicio de cada periodo.

El eficaz triunfo zaragocista no debe ocultar que ahora mismo es un equipo sin brújula y con muy poquito fútbol. Ante el Rayo se sostuvo en las apariciones de Borja y de Febas, en la energía de Guti, ovacionado al final, y Delmás, sobre todo del primero, y en los buenos minutos que dio, para recuperar la senda, Pombo cuando salió en la segunda mitad. Y pare usted de contar. Grippo, de cabeza, Febas, tras asociarse con Borja, y Pombo, después de una gran jugada del delantero gallego, protagonizaron esa eficacia mientras el Rayo tiró mucho y solo encontró puerta dos veces.

El triunfo supone que, a la espera de que acabe la jornada mañana, el Zaragoza vea a cuatro puntos la promoción y tenga cinco de renta sobre el descenso, pero sobre todo implica que pueda respirar con más tranquilidad. No le da desde luego por sus méritos para tumbarse a dormir, porque es indiscutible que ha perdido el camino, pero sí al menos para dejar atrás una mala racha de resultados y poner la vista hacia Almería, donde un enemigo muy tocado tiene que ser un segundo paso en la reconstrucción zaragocista. El primero fue victorioso, pero lleno de dudas.

Tras el varapalo ante el Huesca en el derbi, Natxo González metió cambios, hasta cinco, con Delmás, Grippo, Ángel, Eguaras y Febas, sentó a Mikel González y decidió acostar a la banda derecha a Guti para que Febas entrara por la izquierda y Toquero jugara junto a Borja. La apuesta no le salió bien al técnico, que anda removiendo su ideario táctico en demasía. Mala señal, sin duda.

El caso es que el Rayo tomó el control de las operaciones desde el primer minuto, sostenido en una medular dinámica con Comesaña y Fran Beltrán y en un ataque con mucha movilidad, donde Embarba, Trejo y De Tomás alteraban casi sin proponérselo a la zaga zaragocista. Allí, solo Delmás, y a duras penas, aguantaba el tipo. No lo hacían desde luego Ángel y un cada vez más desconocido Verdasca.

El Rayo dominaba el partido y no tardó en generar peligro. Cristian Álvarez salvó la primera clara ante De Tomás y Fran Beltrán y Unai López lanzaron sendos avisos antes de que el meta argentino del Zaragoza soltara una gran mano ante Embarba. La Romareda ya se impacientaba y el Zaragoza no era nada, incapaz de dar tres pases seguidos y con Eguaras demasiado desenchufado. Solo Febas ponía algo de luz, pero llegó el gol tras un córner en corto que Eguaras puso en la cabeza de Grippo, que batió a Alberto.

BALÓN DEL RAYO

El tanto trajo una mayor locura al partido y Alberto sacó una ocasión de Borja pero era el Rayo el amo del balón. De Tomás y Embarba volvieron a rondar el gol. Sin embargo, Febas, parado siempre en faltas, volvió a ser decisivo en una asociación con Borja que acabó con un remate raso y el gol del catalán, injusto suplente en Huesca.

La Romareda se frotó los ojos, como también el Rayo, pero al descanso se llegó con victoria clara por 2-0 del Zaragoza, que no supo gobernar su renta. Míchel apostó rápido por Aguirre y el Rayo empezó a dominar de forma apabullante, algo que ni la entrada de Mikel por Verdasca logró frenar. No tardó en llegar el 2-1, en un cabezazo a placer de De Tomás, solo, con Ángel lejos del rematador y Eguaras no más cerca del centrador. Buscó entonces Natxo un dibujo más racional con la salida de Pombo por Eguaras para que Zapater y Guti se situaran en la sala de máquinas y Febas jugara en la mediapunta.

El cambio sentó bien al Zaragoza, que controló el asedio del Rayo y ganó más duelos, hasta que Trejo pilló un mal despeje para fusilar a Cristian Álvarez. Ahí, con un penalti no pitado de Grippo a Manucho y cuando todo parecía perdido, apareció como un gigante Borja, que asistió a Pombo para el 3-2 y que ganó presencia, como Febas, en los minutos finales, donde la grada sostuvo a un equipo endeble, pero con alma, la suficiente para sellar un triunfo que es una tonelada de oxígeno entre dudas.