Las mejores noticias le llegan al Real Zaragoza del sótano, donde los tres últimos son incapaces de reengancharse con ese pelotón descolgado a partir de la mitad de la clasificación en el que viaja de polizón el conjunto aragonés. Extremadura, Córdoba y Nástic están haciendo todo lo posible para acompañar al Reus en su descenso administrativo y evitar que se sumen más aspirantes a la lucha por la permanencia. Resopla el equipo de Víctor Fernández, pero debería andarse con mucho cuidado porque se está desinflando en el último puerto: empató con el Albacete, cayó con Osasuna y el Almería le ha castigado de lo lindo en La Romareda, escenario ideal para cualquier visitante. ¿Una pájara? Está por descubrir aún si esta minicrisis se prolongará en exceso, pero lo cierto es que aquella mejoría con el nuevo entrenador se ha ido desvaneciendo para recuperar la floja versión de la primera vuelta. Si había alguna duda sobre el final de la película, ha quedado aclarada: habrá que apretar las tuercas para conseguir la salvación. No hay para más. Nunca lo hubo.

Tampoco hay gol, sobre todo en el Municipal, y en defensa se confirma por enésima vez que le faltan centímetros de altura y de calidad. Víctor Fernández puso sobre el campo todos los cromos atacantes y se reservó a Marc Gual. Repitió con Álvaro, Linares y Soro y levantó el castigo a Pombo. El entrenador quiere ser fiel a su estilo hasta las últimas consecuencias, pero la realidad supera sus buenas intenciones, que han surtido efecto para remontar partidos contra viento y marea hasta donde ha dado de sí el equipo renacido con el relevo en el banquillo. De ese surtido de dulces, tan solo Soro dio la talla. Su talento para fabricar el tanto del empate fue la consecuencia de un encuentro notable del chico, el único que se expresa con clarividencia frente a murallas, aduanas y moles rivales. Álvaro marcó la igualada, empujando a portería vacía un pase de Ros, pero ni el Lobo ni Linares tienen al espíritu feroz de los depredadores. Gual araña las paredes, poco más. Lo de Pombo es caso aparte. Volvió a jugar su partido, lejos de sus compañeros, a medio camino entre la ansiedad y la depresión, con malas decisiones casi siempre. Acelerado y reñido con los disparos a puerta. Con el mal genio del artista incomprendido aunque todavía no haya vendido un cuadro.

El Almería se puso serio y con eso le fue suficiente. No le tembló el pulso ni cuando recibió el empate. Bien colocado, con gente física por todas partes y cabeceadores rotundos, cerró los pasillos y abrió la hucha de, una vez más, el excelente Cristian Álvarez. A balón parado. De una falta y de un córner. Alvaro Giménez y el central Saveljich entraron como aviones de combate en un aeropuerto sin torre de control, con un sistema de seguridad aéreo de pista bananera. Dos bombarderos contra cometas de papel, una de ellas Verdasca. Un auténtico destrozo para un Real Zaragoza que domina los encuentros siguiendo el baile de la peonza: hacen girar la pelota hasta el agotamiento y se les acaba la cuerda frente al área. Tutear al enemigo le dicen... Nadie chuta, nadie lanza con puntería. La mayoría se pasan la responsabilidad y cuelgan el esférico en una base lunar. Soro sí. Soro es diferente con su perfecta caligrafía zurda en una isla perdida.

Las campanas que doblaban por un Real Zaragoza todavía con posibilidades de ascenso lo harán a partir de ahora por una permanencia incuestionable. ¿Cómo va a descender este equipo con la plantilla que tiene? Pues por eso está en peligro, porque carece de plantilla, porque los propietarios y el director deportivo han construido un vestuario con fachada de palacio e interior de cañas y barro. Es muy improbable que se meta en un buen lío, pero haría bien en no dejar de pedalear ni un instante porque el coche escoba no atiende a razonamientos históricos, ni a currículums de pedigrí, ni al número de aficionados, ni a la influencia en redes sociales o televisiones de pago. Recoge lo mismo a leyendas que a principiantes; a humildes que a soberbios.