Había que salir adelante en un campo de esos donde los profesionales agrían el gesto y no esconden su incomodidad, con un terreno de juego artificial y un rival con ganas de morder la sorpresa y, de vez en cuando, algún tobillo en entradas más tardías que maliciosas. Y el Real Zaragoza lo hizo superando esas adversidades sin dejarse llevar por el escenario, concentrado, a lo suyo, dándole al encuentro un barniz muy serio en el que casi nadie destacó por encima de un homogéneo trabajo comunitario y donde los juveniles Borge y Francés actuaron con tablas del primer equipo. El conjunto de Víctor Fernández se tomó muy en serio a sí mismo y al Socuéllamos con el correspondiente respeto que merece un contrincante al margen de lo que diga su categoría federativa. Ese recelo y una progresión pausada pero eficaz para hacerse con el dominio le condujo a la siguiente ronda de la Copa con un solitario gol de Papunashvili en la primera mitad de una eliminatoria en la que apenas sufrió algún susto aislado.

Víctor Fernández mezcló de todo en el once inicial, forzado por la necesidad de reservar a los titulares ante una empresa de mayor enjundia como es la Liga y por la cantidad de lesionados o futbolistas en recuperación que tiene en estos momentos. Juveniles, Jannick del filial, y el batallón de infantería con menos minutos en el campeonato se unieron a Ratón, Guitián, Grippo y Ros. No hubo brillantez porque la lógica falta de sintonía, un campo duro y un enemigo muy ordenado impidieron establecer la diferencia real que se supone existe entre uno y otro. Sin embargo, la experiencia sí resultó determinante primero para conseguir ventaja en el marcador y después para administrarla sin mayores urgencias y agobios. El Socuéllamos fue valiente y tuvo detalles de mucho criterio, sobre todo cuando aparecían Essomba, un centrocampista elegante y omnipresente, y Mejías, referencia ofensiva entre líneas, pero nadie se permitió una sola ausencia laboral. Guitián, Grippo, Borge y Francés tiraron una gruesa y segura línea defensiva mientras Bikoro, Jannick y Ros discutían el centro del campo sin bajar la guardia, con el físico que requería el pulso en la zona más transitada y brava.

Quizás sí habría que destacar a alguien en particular. A Miguel Linares. De los del fondo de armario, fue quien mejor entendió el encuentro. A merced de los caprichos o las buenas intenciones mal acabadas de Papu y Pombo, el punta desplegó una honestidad encomiable, además de saber estar en el lugar que le corresponde, alejado de la pelota por obligación pero simplificando todo con maestría y apoyando como el que más en las ayudas cerca del área de Ratón. No tenía que ver con el Real Zaragoza de siempre pero tuvo su espíritu en un primer examen en la Copa con algunas trampas en las que jamás cayó.