Jorge Pombo soltó hace una semana que hay compañeros que no se emplean con pulcritud profesional. Por utilizar un eufemismo. Lo hizo en caliente, para calmar al sector fiero de la afición que, con razón, se quejaba de la poca actitud que había demostrado el Zaragoza contra el Cádiz. Pombo es como un niño en ciertos aspectos, se interpreta de las palabras de Zapater cuando tuvo que salir al rescate de su amigo durante la semana. Lo que ocurre es que los niños tienen la costumbre de decir la verdad. Por lo visto y sobre todo por lo no visto frente al Córdoba, quizás el zaragozano dijera lo que se respira en ese vestuario cada vez más caliente por la tensión y frío para reaccionar en una situación que conduce de forma irremediable al descenso. Lo cierto es a la falta de calidad y talento, de un entrenador desapasionado incapaz de poner remedio o frenar esta catástrofe y de una directiva que quiere seguir viviendo en el anonimato aun dentro de un puchero caníbal, frente al Córdoba se detectó una holgazanería general para asumir responsabilidades, porque la morosidad en el esfuerzo es más complicada de medir en un deporte colectivo.

El Real Zaragoza, que bate records negativos demostrables en números, posiblemente hizo uno de los peores partidos de su historia. Y si no, el tercero más indigesto por ponerle en el lugar más bajo del podio. No tiene absolutamente nada para competir ni siquiera con el Córdoba enfrente, un equipo que hace malabarismos en el abismo y que fue mejor. Cada jornada cambia de defensa, de centro del campo y de delantera. De sistema y de táctica. Un día lo hizo de entrenador y tarda en repetir si piensa, aunque es incierto, que un tercer técnico puede hacer que llueva café en el campo. Está en un callejón sin salida porque así lo han elegido desde la cúpula. Ahora, además, los futbolistas han perdido el último refugio en el que defenderse: ya no es que no sepan; es que no quieren.

La teoría de una corriente negativa que les arrastra es un argumento insostenible en el marco de la decencia. En este infame empate, sin ocasiones ni una sola jugada que llevarse a la memoria, los pelotazos de Cristian, Álex Muñoz y Verdasca se multiplicaron como única vía para romper líneas. Luego se sumó todo el mundo con balonazos como mejor remedio para no correr riesgos ni quedar retratado. La pelota estuvo en el tejado de La Romareda durante todo el espectáculo de los horrores, y si alguien la bajó al césped con un poco de sentido, ese fue el Córdoba, tan bienintencionado como inofensivo.

Algo está ocurriendo y Pombo lo destapó con inocencia expresiva, sin cubrirse. Si no, resulta incomprensible semejante derroche de desidia. Lo grave no es que el Real Zaragoza esté en posiciones de descenso a Segunda B, sino que ha entrado o se ha metido en la dinámica de los equipos que van de cabeza al hoyo. El próximo compromiso es en Riazor ante el Deportivo y el cierre de año, en el Municipal con el Extremadura. En Navidad va a ser el pavo trinchado de la categoría. Resulta tan sencillo desplumarlo que no es necesario que alguien más comparezca para explicarlo: sálvase quien pueda.