Del Real Zaragoza de Lucas Alcaraz, que desesperaba hasta el mismísimo Nayim, al de Víctor Fernández hay una distancia colosal en todos los aspectos, en los resultados, en el juego, en la capacidad de seducir y, sobre todo, en los principios motrices que los mueven, absolutamente antagónicos. El cambio que Víctor ha provocado en el equipo con su manera de entender este negocio ha sido extraordinario y se fundamenta en una concepción futbolística sui generis, abrazada ya en los años 90 y mantenida en el tiempo: el juego alrededor del balón, con el toque y las combinaciones como protagonistas, un estilo ofensivo y siempre en una dirección, la de la portería contraria y en busca sistemática del gol.

El Real Zaragoza fue un equipo imperfecto en Lugo, con profundas lagunas defensivas, excesivamente quebrado y que se agarró para sobrevivir a la figura sobrenatural de Cristian Álvarez, pero no perdió la identidad que le ha dado su entrenador. Al final ganó el partido porque a pesar de ir perdiéndolo y de estar a punto de perderlo definitivamente en alguna ocasión, conservó su voluntad de atacar y de mirar siempre hacia el gol. El resultado son 14 puntos de los últimos 21, el descenso alejado a siete puntos y el playoff, que hasta hace bien poco se miraba en la lejanía, a tiro de nueve.

Fernández conserva la pureza de su estilo. Este Zaragoza nada tiene que ver con el que levantó la Recopa del 95. Ayer, en un fantástico reportaje evocador del 6-3 al Barcelona, efeméride que cumple 25 años el miércoles, Solana recordaba que aquel Zaragoza siempre salía a ganar. Es lo que único que tiene en común con este actual, también de Víctor: que también sale siempre a ganar.