Transmite tanta fiabilidad el Zaragoza y su aspecto es tan imponente que asusta. A extraños y a propios. A los primeros porque hacerle frente comienza a ser un ejercicio de osadía y pasarle por encima hace mucho que adquirió tintes quiméricos. Y a los segundos porque al equipo se le está poniendo una cara de Primera División que al zaragocismo se le mezcla la sensación de dicha con ese lógico miedo a perder lo que tanto tiempo ha costado tener.

Cinco meses hacía que la escuadra de Víctor Fernández no pisaba tierra santa, esa que conduce directamente a la gloria. En la quinta jornada, el Zaragoza era segundo, con 13 puntos sobre 15 posibles merced a cuatro victorias y un empate que completaban un inicio de temporada imponente. Después, el equipo fue incapaz de mantenerse tan arriba, pero casi nunca perdió pie. De hecho, apenas ha estado un par de semanas fuera de los seis primeros. Regularidad, se llama.

La victoria en Elche devuelve al Zaragoza al sitio soñado. Es segundo en la tabla, pero las sensaciones que desprende son colosales. Ningún otro equipo transmite la solidez y la fiabilidad que irradia un equipo aragonés que, de no haber encajado aquel postrero gol de penalti en Cádiz, se auparía al liderato en caso de lograr el triunfo el próximo miércoles en Miranda de Ebro. Allí, el Zaragoza afrontará otra ocasión para asestar un golpe de autoridad a la Liga y mandar al resto de contendientes un nuevo aviso a navegantes de que esta ola es la buena. Como lo hizo en Elche, derrotando, al fin, a uno de los primeros, una de las escasas asignaturas que aún quedaban pendientes para un equipo que derrocha fe en lo que hace.

Porque el Zaragoza gana casi siempre y no pierde casi nunca. Es el segundo equipo más goleador y, a falta de los partidos del domingo, el segundo menos goleado. Porque jamás ha caído derrotado cuando ha marcado primero. Porque es poderoso por arriba y por abajo. Por delante y por detrás. Porque los nuevos suman y los que estaban crecen. Porque nadie sobra y todos aportan. Porque su entrenador es, seguramente, el mejor de la categoría. Y porque el cúmulo de desgracias y la cantidad de adversidades sufridas durante la temporada, lejos de dañar al vestuario, han incrementado su fuerza y su fe. El Zaragoza es un equipo unido que sabe que ha llegado el momento. Su momento.

El Zaragoza es el mejor. Al menos ahora. El Cádiz, líder desde el principio, le aguanta el tirón, pero su hegemonía está en serio peligro si los aragoneses continúan acumulando cadáveres en cada batalla. Gloria bendita.

A estas alturas, y con quince partidos por delante, el Zaragoza manda. Nadie gana en La Romareda desde hace tres meses y, fuera de casa, el equipo no conoce la derrota en todo el 2020. Su portero es uno de los menos goleados y su delantero centro es el segundo máximo realizador y suena incluso para el Barcelona. Pero la fórmula del éxito va mucho más allá. Presión alta, líneas juntas, variedad de recursos, solidaridad, toque, buen pie, verticalidad y fútbol del bueno. Del que gusta aquí. Del de siempre. Sin inventos ni experimentos. El balón como arma mortífera y el alma como guía hacia ese cielo que ya no puede esperar más. De vuelta al ascenso. De vuelta a casa.