El Huesca disponía de equipo y de argumentos para haberse elevado muy por encima del Laredo por mucho que el conjunto cántabro se dejara el alma y el corazón por alargar lo máximo posible su vida en la Copa del Rey. Lo hizo muy al final, casi de forma furtiva, con un gol de Cristo que le dio un pase sin brillo en un partido que resultó una auténtica tortura para los oscenses. Míchel ofreció oportunidades y recuperó a Insua después de diez meses. No era sin embargo el plan B, sino una alineación con mucho peso, capacitada y cualificada al menos para conducir el partido a su terreno. Pero le faltó de todo. Calidad, decisión, precisión, pegada y en no pocas ocasiones actitud frente a un rival que le llevó por el camino de la amargura hasta el último segundo, en la prolongación, cuando Yañez tuvo que hacer de escudo ante un disparo de Nacho al que habían dejado solo. Las victorias son bien recibidas y más cuando tienen el premio añadido de seguir adelante en el torneo, pero este triunfo debe hacer reflexionar mucho a Míchel sobre quién le vale y quién no para la ingente empresa de la Liga. Y más con la visita del Real Zaragoza a la vuelta de la esquina.

Los oscenses nunca entendieron el partido, que se había definido mucho antes de empezar. Lo primero, en este tipo de citas, es igualar la intensidad e incluso la agresividad del adversario, que en su inferioridad se refugia en el orden defensivo y un trabajo ciclópeo a la espera de aprovechar una acción a balón parado, de esas en las que el Huesca, como ocurrió, toma la estatura de un pigmeo en los saltos. En lugar de emplearse con energía a la espera de que el talento surja por alguna parte, el equipo de Míchel desertó de la pelea en los balones divididos, en las segundas jugadas, en situaciones que exigen carácter. Y se abandonó a la insustancialidad con pases muy largos para esquivar la presión opresiva del Laredo o con intervenciones personales sin ningún sentido, dignas de patio de colegio con lucimientos impropios en un pulso de estas características tan terrenales.

Ivi, Joaquín Muñoz y Seoane intentaron recuperar la confianza de su entrenador con el balón pegado al pie y largas conducciones que confundían a sus compañeros y facilitaban el encierro del Laredo, inmisericorde para frenar las aventuras alocadas y fuera de lugar. El juego del Huesca se hizo insufrible, carente de lógica y de profundidad salvo por las aisladas subidas de Miguelón. Los problemas del Laredo para inquietar a Yañez en su objetivo exclusivo de conservar la portería inmaculada el mayor tiempo posible libraron de amenazas al Huesca, que anduvo como una sombra por San Lorenzo. Y una vez más manifestó su mala relación con el gol. Escriche dispuso de tres oportunidades muy claras y no embocó ni una. Ese mal endémico solo tiene solución en el mercado de invierno.

Cristo puso fin al calvario cuando la eliminatoria se iba a la prórroga. Después el Laredo, en el minuto 92, contó con la posibilidad de alargar la agonía de los azulgrana, que salieron del callejón como habían entrado, encogidos, en un bote salvavidas pese a haber empezado la travesía en una embarcación con once tripulantes con la suficiente experiencia. La Copa a un solo partido y en tierra hostil es complicada. Cuando el enemigo eres tú mismo, se multiplican los obstáculos.