De Tajonar a San Jorge. Ni una palabra. Casi ni un adiós al despedirse. Máxima tensión. «A los demás les tiraba con la mano y a mí, a cañonazos». La injusticia de esa dureza por evitar cualquier insinuación de favoritismo, ese cabreo silencioso de adolescente con su entrenador. De portero a portero. De Roberto a Santamaría. Y viceversa. «La exigencia con él era mayor, sin querer estaba más encima. No tenía nada de enchufado. Si ha llegado es porque se lo ha ganado», dice el tío. «Entonces no lo entendía. Ahora le agradezco que fuera así», asegura complacido el sobrino.

Cuando Roberto Santamaría, cancerbero del Huesca, vuelve a su Pamplona, como el pasado domingo, no calla. Sabe lo que vale el consejo del experto, ese que vivió en pasado lo que es su presente, jugar en Primera, esa cura de la rabia de no poder evitar las derrotas, pese a recibir los halagos por sus paradas. «El portero siempre es autoexigente. Aunque destaques siempre piensas en el equipo. No puedes perder la confianza. La temporada no ha terminado», le aconseja el veterano Roberto, ocho temporadas en Primera, al joven Santamaría, por el momento cuatro partidos.

Santamaría, de niño, junto a su tío Roberto, Michael Robinson y Sammy Lee

Cuando Osasuna le fichó como infantil, su tío hacía nada que se había retirado y empezaba su andadura como entrenador de porteros de la cantera rojilla, donde aún sigue. No era plan que señalaran al zagal como enchufado, así que había que meterle caña, curtirlo. «El punto fuerte de mi sobrino es su personalidad. Nunca ha perdido la ilusión, aunque hay momentos que quizá flojea. Desde la familia le echamos una mano, pero él tiene ese carácter para afrontar las cosas y nunca tira la toalla», indica Roberto sénior señalando su trayectoria, su debut en Primera con 33 años tras empezar la temporada como tercera opción.

La esquina de El Sadar

Tampoco el sobrino había elegido ese puesto por herencia, ni por especial idolatría por su mayor. Recuerda, eso sí, verse en una esquina de El Sadar, con su padre Víctor y su hermano Mikel, viendo al ‘parapenaltis’ de la familia. Y al terminar como volvían a casa como si nada. Sin darle importancia. De vuelta a San Jorge, barrio humilde, donde todos se conocen, donde en los cuatro o cinco bares aún le preguntan si sigue jugando al fútbol, obviando que ahora campa por Primera. «Reconozco que había perdido un poco la ilusión. Ves que no juegas, no entras en las convocatorias… pero mi novia y mi familia estaban allí diciéndome que insistiese, que tirase para adelante. Nunca se sabe. Así que trabajas para que si llega tu oportunidad no te pille en calzoncillos», afirma Roberto júnior sobre su situación.

Osasuna y Málaga, como su tío, más Las Palmas, Girona, Ponferradina, Reus y Huesca. Un camino que empezó en otra red. En la de tenis, pero los colegas del barrio jugaban al fútbol y él probó como delantero. Hasta que un día una indisposición marcó su camino. Antes de un partido el chico que se ponía bajo palos no pudo aguantar los nervios y se puso malo. Sin reserva, todos le miraron. Sabían de su estirpe familiar. «Al día siguiente también faltaba y como mi madre siempre ha dicho que me gusta mucho gritar, y es lo que hacemos los porteros, pues ahí me quedé», dice el guardameta del Huesca.

Nadie en la familia empujó a Roberto a ser como el otro Roberto, aunque ambos advierten influencias: un fuerte carácter, ética de trabajo, no venirse abajo, la constancia… y los genes. «Su padre jugó en Tercera División y fue seleccionador de Navarra U18, mi hermano Fernando llegó a Segunda B y Agustín jugó y fue árbitro. Y su hermano en el Logroñés», enumeran de una familia que en Navidad en vez de jugar al rabino echan pachangas. «Mi sobrino es mejor que yo», asiente sincero, subrayando su colocación y templanza.

El golf y los toros

Amante del golf y de los toros, amigo de toreros, Roberto habla como tú y como yo. Igual que Santamaría. Gente normal. Llana. Que ha luchado para hacerse un hueco en Primera y que lo está cumpliendo, pese a la sombra del fichaje de Remiro, un gran amigo con el que se ha mensajeado estos días. Prefiere centrarse en el trabajo y en el próximo partido, en ganar y salvar al Huesca. «¿Y por qué no? Hay que luchar hasta el final y si no se consigue, pues ya está. Pero hay que ser fieles a la filosofía de este club. El vestuario está convencido», asiente.

Espera que este domingo por fin pueda dejar la portería a cero. No será un partido más. En la grada de Anoeta estarán su padre y su tío Roberto, que por primera vez le verá jugar en LaLiga, gracias a que un amigo les ha dejado unos abonos de la Real. «Mi padre vino a verme contra el Betis y fue talismán. Mi tío no me ha visto casi. Que venga él es especial», aclara Roberto, el sobrino.