Las películas de ingeniosas fugas carcelarias son un género en sí. La isla de Alcatraz ha sido su localización ideal. Campos de trabajos forzados, con grilletes encadenados, picapedreros sudorosos en mitad del desierto, con un alguacil maltratador y sanguinario y una guardia atenta con el rifle cargado para los valientes. Hasta el fútbol tuvo la suya. Evasión o victoria se titulaba. Con Stallone de portero de madera y Michael Caine driblando por su vida de las cadenas nazis con un cuarentón Pelé marcando de chilena su libertad. Porque los finales son felices. Cosas de películas.

En la vida real no es tan fácil detrás de la alambrada. Y menos solo. Suele necesitarse una mano amiga que dé el último empujón o la primera caricia. Porque aunque el Huesca no escuche todas esas que se juntan en palmas para apoyarle, sí las nota en su espalda alentando una escalada hacia la salvación. Ese túnel desde las mazmorras de Primera tiene otra vez la luz cerca. Ganar al Elche supondrá esa liberación, al menos transitoria, temporal y tan sanadora tras semanas y semanas de oscuridad en las sombras de la celda del colista. El Alcoraz, como Alcatraz, seguirá vacío, no su historia y su alma.

La victoria en Valencia ha puesto ante sus ojos una nueva oportunidad que nunca tuvo con Francisco, que peleó y nunca llegó, y que sólo rozó Pacheta en Ipurua durante dos minutos hace mes y medio. Aunque podía parecer que sería complejo recuperarla, más tras el empate sin alma contra el Osasuna, las penurias de los otros y su propia alegría ante el Levante propicia otra luz de salida, de oro.

Porque puede ser como en esas películas, que después de la valla no está todo conseguido, que queda una caminata por el bosque, perseguido y amenazado, pero ya con el olor a la libertad en los pulmones. Porque en La gran evasión, el título por antonomasia, no todos huyen, algunos son atrapados, pero sí uno de ellos, James Coburn, el piloto australiano, saltó los Pirineos. ¿Por Huesca para que sea perfecta la metáfora? No, la historia real, de Bram Van der Stok, cuenta que cruzó por Lérida. Da igual.

La duda del lateral

Porque ganar hoy no supone nada. Y es mucho. Supone un chute tremendo de confianza, supone el refrendo de que el mensaje de Pacheta, ese grito de su presentación, ese «que se preparen», está cada vez más vivo. Se conseguiría el golaverage (0-0 en la vuelta) particular. Se añadiría el miedo a aquello que andan cerca del andamio, un poco más arriba, de que el Huesca viene acelerando y con ganas. Porque se gane o se pierda quedarán ocho finales, un largo recorrido hacia la verdadera huida hacia Primera. Porque quizá esta puerta sea giratoria. Que la mejor sea la siguiente.

El Huesca prepara el partido con la intensidad y la confianza que otorgan las victorias y el plus de llevar dos partidos sin recibir goles, algo inédito para este club en Primera, como el reto de encadenar dos victorias. De tener un delantero en racha como Rafa Mir, que ha igualado (10) al Chimy Ávila como máximo artillero de la entidad en la máxima categoría.

Supone además la vengancita de Pacheta contra su Elche, aquel al que ascendió dos veces, hizo de Primera, pero no le renovó por argentinidades de su propietario. Supone el reencuentro con un central oscense de Primera como Dani Calvo y un medio zaragozano como Raúl Guti.

Y supone el enigma de saber quién ocupará la banda derecha huérfana por la inoportuna lesión de Maffeo. Lo lógico es que sea Pedro López, menos rápido y profundo, más veterano y curtido, su sustituto natural. Siovas, recuperado, podrá ser alineado, aunque la serenidad con la que se ha actuado en otras ocasiones deja margen para Denis Vavro.

El Elche quiere ganar para fomentar la misma escapada. Por eso mismo cambiaron a su entrenador. Fran Escribá lleva ocho jornadas en el cargo con irregular paso (ocho puntos de 24). No tiene bajas. Viene de empatar ante el Betis (1-1), encadena cuatro jornadas sin ganar y no vence como forastero desde el 18 de octubre.