Aquellos que demostraran más conocimientos durante el curso de catequesis tendrían el honor de ser monaguillos de la parroquia de Constantí (Tarragona). Joan Maria Ramon fue el primero de la generación que comulgó en 1968. En misas, bautizos o bodas recogía la propina de los feligreses. Con ese dinero, el sacerdote Pere Llagostera organizaba excursiones de una semana para los monaguillos. Una ruta por pantanos del Pirineo de Lérida.

Lo que sucedió en el interior de esos refugios de montaña marcó la vida de estos niños. Aunque muchos pidieron ayuda, nadie supo escucharles. El pueblo de Constantí, cabizbajo ante la Iglesia y temeroso del «qué dirán», no estaba a preparado para reconocer que el mosén Llagostera abusaba sexualmente de sus hijos.

Ramon, 50 años después, en una entrevista con el Periódico de Catalunya, ha decidido que había llegado la hora de contarlo. Tras su denuncia, el vecindario reconoce que «todos» sabían de los abusos, aunque al arzobispado de Tarragona asegura que no le consta ninguna denuncia.

Llagostera fue rector de Constantí entre 1972 y 1999. Falleció en enero del 2017. Estuvo más de 30 años en contacto con menores de la población. A Ramon le constan, por lo menos, abusos «a una decena de menores» desde los 60 hasta finales de los 80. Que todo lo que cuenta este hombre de 59 años es verdad lo confirma otra víctima y varios vecinos. Está escrito en la canción Corvus contra la pederastia escrita por Joan Reig, batería de Els Pets, el grupo musical de Constantí. Reig ha reconocido que es autobiográfica.

LOS ALBERGUES

La primera noche de la escapada los monaguillos a cargo del cura Llagostera, y de dos seminaristas, pernoctaron en las literas de un albergue de Barruera (Lérida). A Ramon, de madrugada, le despertó un amigo: «El mosén me acaba de tocar el pito». La frase para Ramon sonó demasiado extraña, tanto que fue incapaz de comprenderla. Y siguió durmiendo. Al rato, fue Ramon quien se despertó desnudo de cintura para abajo, con los pantalones y los calzoncillos por los tobillos, y vio la figura adulta y negra de Llagostera agazapada sobre él, con la mano en sus genitales, masturbándole. Al saberse descubierto, el párroco reaccionó recogiendo la manta y regañándole: «Tapaos bien, que siempre os destapáis».

Para los críos -tenían entre 10 y 12 años- resultó casi imposible pegar ojo aquella noche. «Al día siguiente buscamos ayuda en uno de los seminaristas». Pero este fingió que no les creía. Durante esa primera noche, según Ramon, cinco de ellos habían sufrido abusos sexuales. Pero el viaje acababa de empezar.

La segunda noche transcurrió en otro refugio, el de Portarró d’Espot, en el parque de Aigüestortes, y quienes durmieron más cerca de Llagostera fueron dos hermanos. Por la mañana, el más pequeño contó que se había despertado mientras el sacerdote le hacía una felación. «Dijo que le había chupado el pito, no sabíamos que era una mamada todavía». Ramon, que regresaría los dos años siguientes a la semana de colonias de Llagostera, pasaría por lo mismo.

Ramon quiso dejar de ir a misa, una actitud que no gustó en casa. Cuando le pidieron explicaciones, contó lo sucedido. Su padre cogió el teléfono y llamó a casa de otro monaguillo. «Tras colgar, vino y me explicó que mi amigo también había contado lo mismo que yo en su casa sobre el mosén y que su padre había zanjado el tema dándole un par de hostias. Me dijo también que él no iba a pegarme pero que tenía que entender que de estas cosas no se hablaba».

A comienzos de los 70, en Constantí se abrió una refinería de Repsol y se construyó un barrio de 600 pisos baratos en los que fueron realojadas familias del extrarradio de Barcelona. Dobló su población -de 3.000 pasó a 6.000 habitantes- sin incrementar los servicios. Hubo paro, robos y una epidemia de heroína. Alguno de los monaguillos abusados por Llagostera murió en esta plaga. La pederastia del sacerdote se quedó «en el sustrato del pueblo», verbalizada únicamente por los exmonaguillos, amigos de la misma pandilla, que para quitarle hierro hablaban de él casi en tono jocoso. Pero nada más. En 1979, Esther, la mujer con quien se casaría Ramon, llegó al pueblo. «Los chicos sufrieron los abusos sexuales del sacerdote, pero lo que agravó sus secuelas fue que nadie les escuchara, que no los acompañaran», resume.

ABUSOS EN SU CASA

Cuando Esther y Ramon se casaron, acabaron viviendo en el bloque de Llagostera. «Por las tardes, a la salida del colegio, a menudo se traía niños a su casa para darles clases de refuerzo». Una de las madres le reconoció que a su hijo el rector también le había agredido.

En un comunicado digital, la Iglesia de Tarragona insistió ayer en que está «comprometida plenamente en garantizar la protección de los menores tal y como el papa Francisco les ha pedido». La nota concluye que «lamentan profundamente el sufrimiento que han soportado y se ponen a su disposición para escucharlos», sin disculpas explícitas.