Las vecinas la abrazan y ella apenas puede devolver el gesto debido a la muleta que la ayuda a caminar. Avanza por la calle del brazo de su sobrina con los honores que recibe la gente importante. Y sin embargo, a Rosario Pudio, de 86 años y enferma del corazón, le hubiera gustado seguir siendo la anónima anciana que vivía en una ruinosa casa de renta antigua. Ayer fue desahuciada por decisión judicial del piso que ocupaba desde hacía 30 años en la sevillana plaza de la Encarnación. Había olvidado pagar 39 euros del alquiler. O sea, 6.489 pesetas.

Desde su aparente fragilidad senil, Rosario tomó fuerzas para escupir a su antiguo casero la rabia que lleva dentro: "¡Cogía todo el dinero y te lo metía en la boca!". El propietario del edificio estuvo presente en la ejecución del desahucio, junto a su abogado, pero ni siquiera quiso defenderse de la imagen de espantaviejas . Los vecinos le acusan de haber dejado que la casa fuera poco a poco a la ruina para así deshacerse de los inquilinos y poder vender el inmueble, situado en una cotizada zona del centro de Sevilla. La renta antigua no es negocio hoy y el precio del metro cuadrado es una suculenta golosina con la que mercadear.

Rosario tenía ya todo su escaso equipaje preparado a las nueve en punto de la mañana. Estaba más tranquila que el día anterior porque una sobrina había aceptado hacerse cargo de ella.

Y llegó la hora del desahucio. A mediodía, un agente judicial acudió a la casa con la orden, escoltado por dos agentes de la Policía Nacional. Rosario salió sin decir esta boca es mía y, siempre con ella, su sobrina. La anciana apenas habló. De vez en cuando, una parada para despedir a las amigas del barrio. Las explicaciones las daban por ella sus vecinos. "Resulta que Rosario dejó de pagar el alquiler porque la casa estaba fatal", relata uno de ellos. "Además, el dueño mandó un día a unos obreros para arreglar una ventana y estropearon otra que era suya. Rosario se enfadó y no quiso pagar más", añade.

Un requerimiento judicial, sin embargo, la hizo recapacitar y la anciana ingresó todo el dinero que debía, excepto 39 euros que olvidó. Y su casero se ha agarrado a esa deuda como a un clavo ardiendo para poder echarla del edificio.

Rosario y su sobrina ya han tomado la vuelta de la esquina. Pero sus amigas del mercado y de la iglesia donde solía acudir todos los días a escuchar misa continúan aplaudiendo.