Isabel Celaá lo definió ayer como un «infierno cotidiano» para los que lo sufren. Pero la ministra de Educación y Formación Profesional seguramente se quedó corta al calificar lo que supone el bullying para los que lo padecen a diario. Porque más que cotidiano -palabra que le da un toque campechano-, se trata de un daño constante que puede terminar de manera trágica. El teléfono del Gobierno dedicado al acoso escolar ha detectado en un año 5.557 posibles casos de menores violentados física, verbal o psicológicamente. Esos son los conocidos; pero hay muchos más.

Según Unicef, en cada aula con alumnos de entre 12 y 16 años hay al menos dos chicos o chicas víctimas de bullying. Según esta agencia de la ONU, el 6,9% de los chavales de esa edad afirman haber sido víctimas de ciberacoso en los dos últimos meses, y el 3,3% admite haber participado como ciberagresor.

El último estudio sobre victimización, realizado por la Sociedad de Medicina Familiar y Comunitaria, avisa de que el 9% de alumnos de la ESO sufren acoso a través de medios digitales, y un 3% son abusadores habituales. Según esta investigación, existe una clara relación entre las horas que pasan conectados y la posibilidad de que sean acosadores. «A partir de las cuatro horas de uso de las nuevas tecnologías, el riesgo se cuadruplica», reza el trabajo.

Ferran Barri, presidente de la asociación Stop Bullying y miembro del sindicato de funcionarios CSIF, aprovechando que ayer era el Día Internacional Contra el Acoso Escolar, dio una visión más amplia de este fenómeno, desde el prisma del educador. Explicó que el 63% de los docentes que se han puesto en contacto con el sindicato (154) han reportado «problemas de violencia hacia el profesorado y problemas graves de disciplina». De todos ellos, el 64% ejercen en la ESO y el 29% lo hacen en Infantil y Primaria. El 7% restante llega desde la universidad.

Barri compartió el caso de una profesora de secundaria que sufrió durante cuatro años destrozos en su casa en forma de cristales rotos en las ventanas. Sabía que eran alumnos pero no pudo probarlo.

O el de una joven interina que sufría las burlas de los chavales y no se atrevía a denunciarlo a la dirección porque al no tener plaza fija, tenía miedo de que no la recomendaran para el año siguiente. «Es una doble vulnerabilidad: el acoso de los alumnos, y el temor a irse al paro si se queja», sostuvo.

Barri reclamó que la formación a profesores para combatir el bullying no sea optativa. «No disponen de las herramientas pedagógicas para combatirlo. La Administración está fallando ante algo que hace sufrir a cerca de un millón de chicos y chicas en toda España, no puede ser», aseguró el sindicalista.