En los últimos días se habían hecho más severas las convulsiones, los dolores de cabeza y cuello, los síntomas de apoplejía. El cáncer detectado en el cerebro de Brittany Maynard en enero y que para abril fue diagnosticado como un glioblastoma, incurable tumor cerebral en fase IV, seguía avanzando y la mujer de 29 años decidió llegada la hora.

Era el sábado, la fecha que inicialmente marcó para tomarse la medicación recetada por un médico bajo el amparo de la ley de muerte digna de Oregón, que da opciones a los adultos enfermos terminales en plenas facultades mentales y con una prognosis de menos de seis meses de vida. Maynard estaba en su dormitorio en su casa de Portland, con una pequeña ventana tras la cabecera de su cama, rodeada por su esposo, su madre, su padrastro, su mejor amiga --doctora-- y "un círculo de apoyo", según ella misma llegó a teclear.

"Hoy (por el sábado) es el día que he elegido para morir con dignidad enfrentada a mi enfermedad terminal, este terrible cáncer cerebral que me ha quitado tanto... pero me habría quitado mucho más", escribió. "Adiós mundo. Extiende la buena energía. Encadena favores" .

Un nuevo capítulo

Fueron las últimas palabras que Maynard compartió con la sociedad, que ha seguido con interés, emoción y debate su caso. Fallecía poco después, "como pretendía, en paz, en los brazos de sus seres queridos", según el obituario de Compasión y Opciones, el grupo con el que estuvo colaborando. Y aunque su despedida y su muerte cierran ahora un capítulo en la discusión sobre la muerte digna en EEUU y más allá, quizá hayan servido para abrir el siguiente.

Una de las claves de ese impacto está en su edad. La media de las 753 personas que han hecho uso de la ley de Oregón desde que entró en vigor en 1997 es de 71 años, pero Maynard está en el 3% de menores de 44 años y es una de las solo seis con menos de 34. Su campaña en internet ha sido intensa y exitosa y ha contribuido a extender el debate a una población normalmente no asociada a la discusión sobre la muerte.

Así lo reconocía Arthur Caplan, fundador de la División de Ética Médica en el hospital Langone de Nueva York. "Tenemos a una joven haciendo que gente de su generación se interese por el tema --escribía en Medscape. Los críticos se preocupan en parte porque ha hablado a esa nueva audiencia y saben que la joven generación ha cambiado actitudes sobre matrimonio homosexual y uso de la marihuana y quizá van a tener el mismo impacto en hacer avanzar el suicidio asistido. Puede que cambie la política".

Ignacio Castuera, pastor metodista que colabora con Compasión y Opciones en California, cree que hay potencial para que el gobernador del estado de donde era originaria Maynard preste también nueva atención. "No hay que reinventar la rueda --dice--. El modelo es la legislación de Oregón. Es solo cuestión de convencer a los legisladores". De hecho, Maynard ya recibió apoyo de legisladores en Connecticut y Nueva Jersey, dos de los siete estados de EEUU donde hay iniciativas legislativas a favor de la muerte digna, solo autorizada en cinco de los 50 estados.

Pese al impulso hay también retos y van más allá de que el movimiento haya quedado huérfano de una figura. Expertos en el cuidado de enfermos terminales insisten en que hay que prestar atención a eso en vez de al suicidio asistido. "Cuando la muerte inducida por un doctor es una respuesta aceptada para el sufrimiento de la gente que muere, los razonamientos que siguen entran en terreno resbaladizo", escribió en The New York Times el doctor Ira Byock. Es una idea que rechaza Castuera, convencido de que "no son argumentos en contra sino que deben ser complementarios". Lo mismo que dijo Maynard: "Las protecciones ya existen. La libertad está en la opción. Si la opción no atrae a alguien pueden simplemente no usarla".