José Luis Laguía, uno de los mejores ciclistas españoles de la década de los 80, fino y explosivo escalador, viajaba solo tres filas más atrás de un pasajero que, evidentemente, daba signos de encontrarse mal. "Después de 10 horas de vuelo entre Pekín y París y otras tres de espera en la capital francesa, los ciclistas y nosotros, los directores, solo teníamos ganas de aterrizar y llegar a casa". Laguía era uno de los dos técnicos del conjunto Movistar que había participado en la Vuelta a Pekín, la última carrera oficial de la temporada 2014.

Vuelo AF1300, con destino a Madrid. "Los corredores iban delante, en business class, por lo que poco vieron de lo que pasó --recordó ayer Laguía--, pero yo, como director, el médico y los cinco auxiliares íbamos en turista y no perdimos detalle de lo que sucedió tras despegar de París. El pasajero, una persona de raza negra, comenzó a encontrarse mal y solo veíamos a una azafata que se arrodillaba a su lado, que trataba de calmarlo y que no hacía otra cosa que dirigirse hasta la cabina del comandante".

El médico del Movistar, Alfredo Zúñiga, fue el primero que comenzó a sospechar. "Si es ébola, la que se liará". El nerviosismo comenzó a inquietar a los pasajeros. "¡Tranquilos, tranquilos, no pasa nada!" Era todo cuanto les decían las azafatas.

"Se sirvieron unos bocadillos y unos refrescos, lo que no hizo más que acrecentar el miedo, ya que las mismas azafatas que trataban al pasajero enfermo repartieron el tentempié". Entre los cinco ciclistas estaban el veterano Pablo Lastras, el joven y prometedor Jesús Herrada y el colombiano Dayer Quintana, hermano de Nairo, una de las grandes figuras de la actualidad.

Vueltas sobre Barajas

"Solo dábamos vueltas y más vueltas alrededor de Barajas". El pasaje comenzaba a comentar qué podía ocurrir. "Seguro que están pidiendo permiso para aterrizar y todavía no tienen la autorización", intuyó el doctor Zúñiga, sentado al lado de Laguía. "Por fin, el avión tomó tierra y, tras recorrer un tramo interminable de pista, lo aparcaron en uno de los extremos del aeropuerto. Por megafonía nos dijeron que permaneciéramos en nuestros asientos, mientras se observaba cómo el pasajero enfermo parecía empeorar".

Seguían sin recibir información y ya había pasado más de una hora desde que el avión aterrizase en Barajas. "Abrieron las puertas y respiramos. Algunos se levantaron pero nos volvieron a repetir que no se moviera nadie. Entonces, de repente, al mirar por la ventanilla, observé muchos coches, ambulancias y pensé lo peor, que nos iban a poner a todos en cuarentena".

La siguiente imagen que revivió ayer Laguía era la del "astronauta", tal y como enseguida bautizó el pasaje a la mujer que entró correctamente protegida contra el posible contagio al interior del avión de Air France. "La mujer llevaba algo parecido a una pistola en la mano, o así me lo pareció a mí, hasta que el doctor Zúñiga me advirtió de que se trataba de un termómetro especial para medir a distancia la temperatura corporal". La médica o enfermera habló con el pasajero enfermo, se situó varias veces a su lado y también se dirigió en algunas ocasiones hasta la cabina para informar de la situación al comandante del vuelo.

Dos horas de espera

Fue entonces cuando Alfredo Zúñiga se levantó de su asiento y se acercó a la sanitaria que había subido al avión para darle a conocer su condición de médico y pedirle alguna información al respecto. Solo le dijo que no podía ofrecerle explicaciones y que, por favor, volviera a su asiento. El siguiente acto fue comunicar a los pasajeros que en breve podrían abandonar el avión, pero que antes debían rellenar una ficha que les daría en tierra el personal sanitario para estar localizados los próximos días y que permanecieran en su sitio las personas que ocupaban los asientos más cercanos al enfermo. "Esta mañana (ayer para el lector) nuestro doctor nos ha informado de que el pasajero enfermo tenía malaria y no ébola". Laguía llegó sin problema a su casa, como el resto de componentes del Movistar. El pánico a contraer el ébola y la falta de información están provocando gran susceptibilidad en los transportes internacionales. Ayer, en el aeropuerto de Zaventem (Bruselas) los trabajadores dejaron en tierra más de 250 maletas procedentes de Sierra Leona y Guinea.