Ha sido un viaje de cuatro años. La sonda japonesa Hayabusa 2 se posó ayer sobre el satélite Ryugu, situado a 300 millones de kilómetros entre las órbitas de la Tierra y Marte. Allí recogerá muestras y regresará. De esa epopeya se espera algo de luz sobre los arcanos del universo.

Los datos enviados por la sonda muestran los cambios de velocidad y dirección que sugieren que ya ha tocado el suelo. «Hemos completado la misión», confirmó ayer Takashi Kubota, director de Investigación de la Agencia Espacial Japonesa (JAXA, por sus siglas inglesas), entre los aplausos del personal. «Es posible que hayamos causado cierta preocupación debido a la demora, pero llevamos a cabo nuestro plan de manera impecable en los últimos cuatro meses para lograr un aterrizaje exitoso», agregó el gerente del proyecto, Yuichi Tsuda. «Aterrizó en las mejores circunstancias entre los escenarios que imaginamos», aseguró.

El plan, a partir de ahora, parece sencillo. La sonda disparará un proyectil de apenas cinco gramos sobre la superficie para levantar el polvo que quedará flotando por el débil campo gravitatorio. Será el momento del llamado «cuerno de muestras», una herramienta de un metro de largo que sobresale de la base y que funciona como recogedor.

10 GRAMOS DE MATERIALES

La sonda regresará después a la órbita alrededor del asteroide y repetirá la operación al menos tres veces en las próximas semanas con el fin de acumular unos diez gramos de restos.

Pero la misión ha tenido que lidiar con los inherentes imprevistos de lo desconocido. Los dos pequeños robots que la sonda envió a la superficie en septiembre mandaron fotos que revelaban un suelo más sólido del esperado y hubo de practicar varias simulaciones para comprobar que el proyectil sería capaz de alterar también la grava gruesa. El imprevisto obligó a retrasar tres meses la recogida de pruebas. La comunicación con la sonda, además, es discontinua porque sus antenas no siempre apuntan a la Tierra.

Y la llegada al satélite ha exigido una puntería portentosa. Alcanzar una masa de un kilómetro de diámetro a esa distancia equivale a acertar un objetivo de seis centímetros en Brasil disparando desde Tokio, según los cálculos JAXA. El asteroide es una reliquia de los inicios del sistema solar. Calculan los expertos que su antigüedad se aproxima a los 4.600 millones de años y esperan que su composición sea rica en agua y materiales orgánicos. De su estudio, sostiene la JAXA, podrían salir conclusiones sobre las interacciones entre los bloques sobre los que se construyó la Tierra y la evolución de sus océanos y vida.

UN ASTEROIDE DESOLADO

Ryugu es un asteroide de tipo C, compuesto en su mayoría por carbono, en contraste con la base metálica de los S y M. Son la variedad más habitual, casi un 75% del total, pero nunca se habían recogido muestras antes.

Está previsto que la sonda Hayabusa 2 (Halcón peregrino, en japonés) parta de Ryugu tras cumplir su misión en diciembre del 2019 y llegue a aterrice en Woomera (Australia) un año después con las muestras que ansía la comunidad científica internacional. Si no hay imprevistos se anticipará a la NASA, que también pugna por apuntarse esa medalla científica. Es otra evidencia de que aquel viejo eje Estados Unidos-Rusia que monopolizó la exploración espacial durante décadas está siendo relevado por las potencias asiáticas. La misión le cuesta a Japón 238 millones de euros.