El accidente del Airbus de Air France en el Océano Atlántico en 2009, también por una tormenta, tiene similitudes con el de AirAsia. En aquel caso, el frío provocó que los sensores del avión se congelaran y ofrecieran datos erróneos, que confundieron a los pilotos y les condujeron a levantar la nariz del avión para ganar altura hasta caer a plomo por la falta de velocidad. La temperatura del exterior influye en el comportamiento y el control de la nave. Los aviones modernos disponen de información meteorológica muy exacta y los pilotos pueden detectar una tormenta eléctrica a un centenar de millas, lo que les permite esquivarla.