Es un día triste. Por eso, somos bastantes los que hemos descorchado nuestra mejor botella de vino en recuerdo de Bartali, que nos dejó el pasado martes, para irse donde el vino no necesita añada. Él lo hubiera querido así.

Miguel Ángel Jiménez, aunque casi nadie sabía su nombre, nos ha dejado tras un fulminante infarto. Chaparro, polemista, gruñón entrañable, amigo fiel, el vino era su vida. No lo hacía, ni lo cataba, tan sólo lo disfrutaba. Tanto que, tras reinventarse hace ya alguna década, se dedicó a vender vino, una excusa, antes que para ganarse la vida, para disfrutar de una copa en compañía de sus amigos.

Era habitual verlo al mediodía por el Tubo y aledaños, donde ha popularizado el cóctel que ya siempre llevará su nombre, el bartali --y que siempre beberemos en estas fechas previas a las navidades--, una copa de Frizzante estrella Murviedro, un golpe de campari y una corteza de naranja.

Con él desaparece --un poco no, bastante-- una manera hedonista de entender la vida, y las ferias de vino y las catas. Las barras de Zaragoza no serán lo mismo. Ya nada será "natural normal".

Abrir una botella era vivir la vida, adelantar nuevas sensaciones, compartir con los amigos. Enamorado de algunas garnachas del Campo de Borja, su lugar de origen, tampoco desdeñaba los mejores vinos procedentes de otro origen.

Ya no podremos comernos unos furtivos pajaricos con arroz, ni disfrutar de un solomillo de corzo, siempre en torno a una botella. Amigo, queda pendiente ese vino de vermú que íbamos a elaborar el próximo año, así como muchas comidas y no menos botellas descorchadas. Pero siempre nos quedará el bartali.

Su funeral se celebra hoy, jueves, a las 11 de la mañana, en el cementerio de Torrero.