Mohamed Elbechere es el alguacil de Romanos, un municipio de la comarca del Campo de Belchite que da nombre a uno de los territorios más despoblados de la provincia de Zaragoza mantiene a duras penas los servicios a la población. Lleva desde el 2008 viviendo en el pueblo, atendiendo también las necesidades del Ayuntamiento de Lechón. Se ocupa de un poco de todo. Limpiar los accesos a la iglesia, mantener a punto los locales municipales, adecentar el cementerio cada cierto tiempo. «Ya me he acostumbrado a vivir aquí, tengo trabajo y la gente me ayuda en todo lo que pueden, es un buen lugar», asegura.

Elbechere es uno de los nuevos habitantes de un mundo rural condenado a la desaparición. Los jóvenes nacidos en amplias zonas de las provincias de Huesca, Zaragoza y Teruel no contemplan entre sus opciones vitales una vida fuera de las grandes ciudades. Los recién llegados son siempre inmigrantes que se encargan de los pocos servicios que todavía se mantienen en los pueblos. «Vivía en una zona rural al lado de Casablanca, las cosas son parecidas, muy tranquilas, solo viene gente los meses de verano», refleja.

El pesimismo en el Campo de Romanos es el mismo de comarcas como el Aranda, el Jiloca o la Jacetania. El sector agrario no es capaz de renovar su oferta laboral y las opciones son cada vez más escasas. Las cabeceras de comarca absorben a los jóvenes cuando salen a estudiar el Bachillerato y pocos vuelven sobre sus pasos. Lo difícil es repartir culpas, sobre todo porque cualquier arrepentimiento llegaría demasiado tarde.

La lista de quejas y soluciones siempre está presente. El agricultor Carlos Hernández arregla sus vehículos en la entrada del pueblo. «No tiene sentido que a los funcionarios que trabajan en la cárcel de Daroca, en la cabecera de la comarca, se les consienta que vivan en Zaragoza», carga. «La única forma de que crezcan los pueblos de España es que los jóvenes se queden aquí, pero como no tienen ni trabajo ni facilidades, esto no se va a llenar nunca», afirma Eduardo Minguillón, también dedicado a la ganadería. «A los gobiernos les importan tres cojones los pueblos, solo prometen dinero, pitos y flautas para que les voten, pero al final no hacen nada, solo mentiras», zanja rotundo.

En una posición intermedia está Miguel Pellejero. Nacido en Romanos, acude siempre que puede al pueblo, pero desde hace unos años se ha instalado en Zaragoza. «He venido a ver a mi hermano, que sigue sembrando aquí», dice. En los últimos años la población se ha reducido hasta el medio centenar de vecinos.

En el horizonte a corto plazo solo la residencia gestionada por Marta Reinares, que recibió en octubre un premio de Excelencia a la Innovación para Mujeres Rurales otorgado por el Ministerio de Agricultura, ofrece alguna novedad en la rutina. Al menos, gracias al empleo que ha generado la infraestructura se han quedado en la zona cuatro o cinco familias. Todas ellas dependen de Daroca para servicios básicos como la farmacia o las oficinas bancarias.

Sin infraestructuras

La comarca histórica del Campo de Romanos cree que la distribución de infraestructuras no ha sido justa con ellos. Las fábricas y los nodos de comunicación se han ido a las grandes aglomeraciones dejando sin alternativa a la población de estos municipios. La falta de buena cobertura para internet es otro de los lastres a la hora de fijar inversiones. «Si tienes que llamar te tienes que salir a las afueras del pueblo», indica Hernández. Solo una veintena de jóvenes agricultores está en activo en el municipio. Y ya rozan casi todos los cuarenta años.

La frustración por la falta de apoyos institucionales también se centra en el reparto de las ayudas agrarias. «El agricultor pequeño ha desaparecido por la falta de apoyos a sus inversiones, solo han tenido en cuenta a los grandes propietarios de tierras» asegura la ya jubilada Delfina Anadón. Sus hijos se han mudado a Tarragona y Madrid para buscar alternativas y que no tengan que depender del tiempo ni de los precios del mercado. «Invierten en cosas que no tienen sentido, como en frontones o en pabellones enormes, nunca prestan atención a lo importante», afirma.

El bar Skyros es el centro de la actividad en Romanos. Es el lugar adecuado para encontrar a cualquier vecino en caso de urgencia. Junto a la puerta cuelga el cartel que durante la semana ha estado invitando a los vecinos a participar en la manifestación madrileña. La propietaria reconoce que ha pasado algo desapercibido. Sin embargo, en la oficina de turismo de Daroca, el lugar que ha centralizado las llamadas, están muy satisfechos por la respuesta de la zona. Al menos doscientos vecinos se han trasladado a la capital.

Menos de cien vecinos

«La verdad es que habitualmente somos poco participativos, está bien que nos unamos para este tipo de cosas», indica la informadora Rosana Ojuel. La mayoría de las personas que se han interesado por el viaje son de la cabecera de la comarca, aunque también de territorios vecinos como el Jiloca. Han salido tres buses con casi doscientos vecinos, la población de real de Nombrevilla, Retascón y Torralbilla juntos.

En Mainar y Villarreal de Huerva, dos municipios con poco más de cien habitantes tan juntos que casi se tocan, las granjas industriales de gallinas ponedoras han proporcionado un respiro al descenso de la población. Desde el 2010 el padrón ha crecido cracias a la llegada de inmigrantes, sobre todo desde Rumanía. Están empleados tanto en la construcción como en los propios trabajos de recogida de los huevos. El albergue de Mainar ha podido resucitar gracias a ellos. «Por lo menos nos da para vivir, de otra forma nos hubieramos tenido que marchar», asegura Begoña Castro, que puede tener dos empleados para gestionar las habitaciones como una pequeña tienda. Se hizo cargo del negocio hace dos años y celebra que gracias a las nuevas familias se pueda mantener abierta la escuela. «Cuando algo se cierra no regresa nunca más», dice.

Eso es lo que ha pasado con un restaurante junto a la carretera en Romanos, o con los estancos o con los consultorios médicos, cada vez con menos consultas. Lo mismo pasa con los coches de línea: de dos servicios de ida a Zaragoza solo queda uno. El alcalde de Gotor y presidente de la vecina comarca del Aranda, José Ángel Calvo, observa con preocupación la situación diaria de las administraciones. «Un pueblo ofrece calidad de vida, pero la realidad es que tenemos un 80% de campos yermos», asegura.

Defiende la manifestación madrileña como un modo de «reivindicar» una forma de estar en el mundo, además de como una forma de mostrar ante la opinión pública la conciencia social. Cada vez más municipios tienen menos de cincuenta habitantes. «Al mirar las zonas rurales yo lo que veo son oportunidades de negocio, pero eso es muy difícil de transmitir si no existe un arraigo previo», reconoce al tiempo que lamenta la resignación que se ha instalado en muchas familias ante la evidencia del abandono.

El bar de Villarreal

El bar de Villarreal, en los bajos de la casa consistorial, tiene futbolín, pero no se usa mucho últimamente. La rutina de sus parroquianos, todos de edad avanzada, pasa más por de guiñote y el cortado. Y eso que el establecimiento se llama La Juventud. «Normalmente no tenemos mucha animación, solo los meses de verano», corrobora Thais Souza. Aún se está acostumbrando al cambio tras haber dejado atrás la gigantesca Brasilia por la comarca de Daroca. Por el momento le echa una mano a su tía, la gerente del bar. «Me gustaría quedarme aquí porque las posibilidades son mejores», indica.

Sobre la marcha en Madrid de hoy la mayoría de los vecinos tiene clara su posición. «La gente de ciudad viene los fines de semana a echar la partida o a cazar y creen que esto es una maravilla, pero no saben lo que es vivir aquí el día a día», asegura Pellejero.